La regia y notable casa de los Black

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—Como lleguemos tarde por tu culpa te mato —me apremió Andrea con toda la razón del mundo mientras terminaba de igualarme el eyeliner—. ¡El expreso de Hogwarts sale en media hora, Ali!

—Que ya voy —le respondí con calma para no temblar mi pulso y terminé mi obra de arte—. ¿Tenemos todo?

Mi amiga me dirigió una mirada cargada de sarcasmo desde la cama, y yo guardé el maquillaje en la maleta. Salimos a toda prisa de nuestra habitación en El Caldero Chorreante, y nos despedimos con un inglés impecable de Tom. Mi madre nos esperaba en la puerta junto con mi gata Aelin ya metida en el transportín, por lo que corrimos hacia King's Cross con el corazón en la garganta y los nervios a flor de piel.

Tras la maratón más intensa de nuestras vidas nos despedimos de mi madre —Andrea con su clásico adeu y yo con un abrazo efusivo— y entramos en el mágico tren del granate más intenso. Varios alumnos nos digirieron la mirada con una mueca confusa ya que éramos muy mayores para ser nuevas, y ambas buscamos un vagón vacío para poder tener un momento de paz antes de ser presentadas en el castillo. Andrea lo agradecería, ya que seguramente se lleve toda la atención. Tras unos minutos encontramos uno que promete, en el cual un hombre de mediana edad que seguramente sea un profesor dormía con aspecto renqueante.

La curiosidad se apoderó de mi amiga, que mientras dejaba nuestras pertenencias en el maletero de arriba curioseó las del supuesto profesor.

—R. Lupin... Reconozco ese nombre de los diarios de papá, su hermano Sirius y él fueron novios en Hogwarts.

—¿Crees que sabrá quién eres?

—A ver, Ali, en cuanto el sombrero diga mi apellido todo el colegio sabrá que soy una Black —dijo mientras nos acomodábamos en el sillón opuesto al profesor Lupin.

—Cierto. Aún no me puedo creer que te hayan hecho cambiar de colegio después de tantos años viajando entre Valencia, Beauxbatons y Londres. Deberías haber empezado en Hogwarts, por mucho que tu madre se asentase en España.

—Puto sistema de escolarización —se quejó Andrea—. Pero aún así, si me hubieran cambiado no te habría conocido. Y los Sagrados 26 saben de la de líos que te hubieras metido sin mí.

—¡Oye!

—¡Habla más bajito! —me recriminó en un chillido por lo bajinis—. Vas a despertar al profesor.

—Perdón —susurré de vuelta.

Tras una fugaz visita del carrito de golosinas nos pusimos moradas de ranas de chocolate y grageas de todos los sabores —casi me atraganté cuando me tocó una con sabor a sangre vampira— el azul del mediodía se tiñó de rosas y naranjas para pintar el atardecer. Nos pusimos las túnicas neutrales sin casa y nos preparamos mentalmente para lo que se venía.

Tal y como sospechábamos, en cuanto los alumnos de Hogwarts avistaron nuestras prendas huérfanas se formó un corrillo de voces a nuestro alrededor. Los jóvenes cuchicheaban y nos señalaban, y cuando salimos nos abrieron un pasillo para vernos salir del tren. Al contrario que los alumnos normales de cuarto nos habían informado de que viajaríamos en los botes junto con el resto del alumnado de primero, así que una vez nos separamos la atención sobre nosotras decayó y pudimos respirar con normalidad.

Un semigigante con una gran barba y aspecto bonachón nos recibió, al parecer era Hagrid el guardabosques y guardián de las llaves y terrenos del castillo. Comenzó a repartir el alumando y por desgracia acabamos en el bote del guardián ya que no pesábamos lo mismo que un crío de once años.

Cayó la noche, la luna alzó su brillo en el firmamento y su reflejo la siguió por las ondas del Lago Negro. Remamos por el lago con excitación, y al acercarnos vimos una gran sombra con lucecitas que resultó ser el castillo. Allí instalado entre la roca parecía un gran faro de magia y leyendas. Andrea y yo nos quedamos boquiabiertas, y ella me zarandeó el hombro con emoción.

Tú a Hogwarts y yo a BeauxbatonsWhere stories live. Discover now