sueños congelados.

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El olor a caucho quemado me perseguía todo el tiempo que estaba despierta y, cuando estaba dormida, se infiltraba en mis sueños, causando que me levante de golpe con la sensación de asfixio pegada a mis pulmones. Hoy fue una de esas noches.

Después de lo que pasó decidí alejarme del caos de la ciudad en la que viví prácticamente toda mi vida, y me fui a una cabaña aislada al sur de la República Argentina. El frío de Bariloche contrarrestaba con el calor que sentía constantemente, y disipaba un poco las pesadillas. Aún así, no tenía efecto alguno cuando septiembre se acercaba. Sin importar lo que hiciera, me sentía encerrada dentro de un horno. Si me concentraba lo suficiente, todavía podía escuchar los gritos de los oficiales de pista. Y el olor seguía presente, como siempre. Habían pasado dos años, y sin importar lo que hiciera, seguía ahí.

A mamá no le había gustado la idea de que me mude sola al medio de la nada, preocupada de que mis pesadillas me causaran una crisis de la que no me podría recuperar. Es por eso que, en ese mes maldito, se encargaba de aparecer en mi puerta, 5 bolsas de inciensos bajo un brazo y un libro de recetas para cocinar juntas debajo del otro. El olor a quemado no se iba, pero las recetas servían para distraerme durante el día. Pero este año estaba sola.

No sabría decir hasta qué punto la pandemia me ayudó a olvidarme, pero sí sabía que mi cabeza estaba más preocupada en el bienestar de mi familia, trayendo pesadillas nuevas durante la noche oscura de Bariloche. Lo único bueno es que no tenía que levantarme a las 4 de la mañana para ver una carrera que me iba a regresar a esa mañana de septiembre de 2018.

Después del accidente, Toto Wolff se había comunicado conmigo. Era el único de la Fórmula 1 que sabía de mi existencia. El privilegio de correr bajo un seudónimo es que no tuve que escuchar las condolencias de personas que nunca se habían dignado a dirigirme la palabra anteriormente. Y Toto sabía que no quería sus condolencias, porque las palabras no me iban a devolver a la pista.

La conversación no había durado mucho, ni siquiera recordaba la mitad de las cosas que me había dicho, los calmantes que me habían dado habían funcionado a la perfección. Pero sí me acuerdo lo último que me dijo antes de colgar y desaparecer de mi vida.

—Mercedes siempre va a tener las puertas abiertas para cuando quieras volver, Emilia. No tiene por qué ser dentro de un auto.

Me levanté del sofá para agarrar una cerveza y alejarme de lo que acababa de leer. Peter Bonnington se retiraba de la Fórmula 1, causando que Lewis Hamilton se quedara sin ingeniero. Y, al parecer, todavía no había reemplazo.

Cuando el nombre de Toto cubrió toda mi pantalla, apagué el teléfono. Iba a necesitar muchas más cervezas.

‧˖✼˖‧

Había pasado una semana desde que las llamadas del jefe de Mercedes empezaron a llenar mi celular y todavía seguía ignorándolo. No sabía si estaba preparada para volver, el miedo de que mi identidad sea descubierta me carcomía.

Cuando desaparecí de la faz de la tierra, mi ingeniero tuvo que salir a declarar que no había fallecido. Y ahí fue cuando las críticas comenzaron. Al parecer, el saber que no estaba en un cajón cinco metros bajo tierra les daba el permiso para empezar a decir que el accidente fue mi culpa. En este ambiente, solo te aprecian si estás muerto o lo suficientemente grande como para retirarte como una leyenda del deporte.

Y yo no estaba muerta y mucho menos había llegado a ser una leyenda.

Decidí contestarle a Wolff casi dos semanas más tarde.

—Muchas gracias por contestar, Emilia. Me estaba comenzando a preocupar.

—No hay motivos para preocuparte, Toto. Me alegra escuchar tu voz... disculpa que no contesté, no estaba mentalmente preparada.

doomsday | max verstappenWhere stories live. Discover now