resiliencia frígida.

438 65 49
                                    


Mónaco siempre era una carrera distinta al resto. Aún no me acostumbraba al estilo de vida de la sociedad monegasca, ni al ruido constante de la calle. Últimamente, había mucho ruido en mi vida, o quizás antes había demasiado silencio. Al fin y al cabo, lo único que escuchaba en Bariloche eran los animales y mis pisadas sobre la nieve.

—¿Mónaco es siempre tan...?

Faltaban un par de días para que comenzara el fin de semana de carrera. Todo el equipo había viajado antes, utilizando la lujuria de la ciudad para organizar una cena. Valtteri, quien se encontraba a mi derecha, soltó una leve risa.

—¿Tan extravagante?

—¡Exacto!

—Sí, por eso no me gusta vivir aquí.

Tomé un sorbo de mi vino, acomodándome en el asiento para poder observarlo mejor.

—¿Dónde te gustaría vivir?

Valtteri pensó su respuesta por unos segundos, aprovechando la pausa para servirse más agua. Al contrario que el resto del equipo, Lewis y él se encontraban tomando bebidas sin alcohol.

—En la nieve, supongo.

Una sonrisa se formó en mi rostro. —¿En serio? Yo vivo en la nieve.

En ese momento, el otro piloto de Mercedes decidió sumarse a la conversación.

—¿Vives en un iglú, Emi? Con razón siempre estás tan fría.

—No seas tonto Lew, vivo en una cabaña.

—¿Sin calefacción?

Me encogí de hombros, agarrando mi copa una vez más. —No me gusta el calor, supongo.

Valtteri y Lewis conectaron miradas y, al parecer, se dieron cuenta sobre qué me refería. Durante el resto de la cena, cada vez que los ojos del británico se enfocaban en mi rostro, había un brillo particular en ellos.

—Lewis, basta.

El piloto, el cual se encontraba ayudándome con mi campera, se detuvo. Automáticamente puse los ojos en blanco.

—Eso no, tonto. Me refiero a que dejes de mirarme como si me tuvieras lástima.

Lewis frunció el ceño. —No te tengo lástima, Emilia.

—¿Entonces por qué me miras como si estuvieses a cinco segundos de largarte a llorar?

Al abrir la puerta del restaurante, Lewis se cruzó de brazos. —No te merecías lo que te pasó. Eso no es tenerte lástima.

—¡Sí, lo es!

—No lo es, Emilia. ¿Te crees que tú no me mirarías de la misma forma si tuviese un accidente? ¿O si perdiera el campeonato?

—Yo...

Lewis tenía razón. No lo había admitir delante suyo, pero la tenía. Por suerte, antes de que el morocho pudiera contestar, unos gritos del bar enfrente nuestro interrumpieron nuestra conversación.

—¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max!

Por lo que podíamos observar desde afuera, Daniel Ricciardo tenía al piloto estrella de Red Bull sobre sus hombros, mientras otros pilotos y otras personas lo vitoreaban. Carcajadas se escapaban de los labios de Max, sus ojos casi cerrados debido a la enorme sonrisa en su rostro. Parecía... relajado. No era el mismo que veía todos los fines de semana en el auto con el número 33. La voz de Lewis me alejó de mis pensamientos.

doomsday | max verstappenWhere stories live. Discover now