Capítulo 14

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Aunque YoonGi había coincidido con su esposo en diversas reuniones sociales, ya llevaba varias semanas en Hong Kong cuando conoció a Park Jimin. No se lo presentaron hasta el día que fueron invitados a cenar a su casa. YoonGi se puso a la defensiva. Park Jimin era vicesecretario colonial, y YoonGi no iba a permitir que lo tratase con la condescendencia que, a pesar de sus buenos modales, había percibido de Kim Taehyung. Los recibieron en un salón espacioso y amueblado en un estilo acogedor y sencillo, muy típico de Hong Kong, por lo que había visto YoonGi. Había numerosos invitados.

Los Jeon fueron los últimos en llegar, y en cuanto entraron unos criados chinos de uniforme les ofrecieron cócteles y aceitunas. La Taehyung los saludó con familiaridad y, tras consultar una lista, indicó a JungKook a quién debía acompañar al comedor.

YoonGi se fijó en un hombre algo alto y muy atractivo que se les acercaba.

—Éste es mi marido

—Voy a tener el privilegio de sentarme a su lado —dijo él.

YoonGi se tranquilizó de inmediato, y la sensación de hostilidad que le oprimía el pecho se disipó. Aunque los ojos de Park sonreían, había apreciado en ellos un destello de sorpresa. De inmediato entendió qué significaba su expresión, y sintió ganas de reír.

—Ahora no podré cenar —dijo él—, y eso que, conociendo a Taehyung, sé que la cena estará exquisita.

—¿Por qué no?

—Deberían haberme avisado. Alguien tendría que habérmelo advertido.

—¿Qué?

—Nadie me había dicho ni media palabra. ¿Cómo iba a estar preparado para conocer a una belleza tan arrebatadora?

—¿Y qué debo responder yo a eso?

—Nada. Déjeme a mí la charla, y se lo repetiré una y otra vez.

YoonGi, impasible, se preguntó qué le habría contado su esposo sobre él exactamente. Sin duda le había preguntado al respecto, y Park, al bajar su mirada risueña hacia él, lo recordó de repente.

—¿Qué tal es? —había inquirido cuando Kim le había informado de su primer encuentro con el esposo del doctor Jeon.

—Oh, es un jovencito bastante mono. Con cierto aire de actor.

—¿Se dedicaba al teatro?

—Oh, no, no lo creo. Su padre es médico, o abogado, o algo así. Supongo que tendremos que invitarles a cenar.

Cuando estaban sentados a la mesa, uno junto al otro, él le comentó que conocía a Jeon JungKook desde su llegada a la colonia.

—Jugamos a bridge a menudo. JungKook es con mucho el mejor jugador de todo el club.

YoonGi le repitió estas palabras a JungKook cuando regresaban a casa.

—Bueno, eso no es mucho decir.

—¿Qué tal juega él?

—Bastante bien. Si tiene una buena mano, sabe administrarla muy bien, pero cuando le tocan malas cartas se viene abajo.

—¿Juega tan bien como tú?

—No me hago ilusiones con respecto a mi manera de jugar. Yo me describiría como un muy buen jugador de segunda división. Park cree que está en primera, y no es así.

—¿No te cae bien?

—Ni bien ni mal. Tengo entendido que no se le da mal su trabajo, y todo el mundo dice que es un buen deportista. A mí me trae sin cuidado.

No era la primera vez que la moderación de JungKook lo exasperaba. YoonGi se preguntó qué necesidad había de ser tan diplomático: la gente te caía bien o te caía mal. A él Park Jimin le había caído estupendamente, cosa que no esperaba de quien debía ser el hombre más popular de la colonia.

Corría el rumor de que el secretario colonial iba a retirarse en breve, y todo el mundo suponía que Park lo sucedería en el cargo. Jugaba al tenis, al polo y al golf, poseía ponis de carreras y nunca le negaba un favor a nadie, ni dejaba que los trámites burocráticos interfiriesen en sus asuntos. El rango no se le había subido a la cabeza. YoonGi no sabía por qué lo había predispuesto en su contra que todo el mundo le hablara tan bien de él, hasta tal punto que se lo imaginaba como un hombre sumamente engreído: qué tontería; si de algo no se le podía acusar era de eso.

Había disfrutado la velada, conversando con él sobre los teatros de Londres, y sobre Ascot y Cowes, y todas aquellas cosas con las que estaban tan familiarizados, de tal modo que acabó por producirle la misma sensación que si lo hubiera conocido en alguna elegante mansión de Lennox Gardens; y luego, una vez que varios hombres se hubieron retirado al salón de caballeros, después de la cena, él había salido de allí para sentarse junto a él de nuevo.

Aunque no había dicho nada muy gracioso, YoonGi se había reído; debía de ser por su manera de decirlo: en su voz, había un deje de dulzura, y sus atentos y radiantes ojos azules se posaban en él con una expresión encantadora que lo hacía sentirse muy cómodo en su compañía. Park rezumaba encanto, de ahí que resultara tan agradable.

Lucía un tipo espléndido; se notaba que estaba en buena forma y que no le sobraba un solo gramo de grasa. Era elegante, el hombre más elegante de la sala, y la ropa le sentaba como un guante. A YoonGi le gustaban los hombres bien arreglados. Se le iba la vista hacia JungKook: decidió que debía preocuparse un poco más de su propio aspecto. Se fijó en los gemelos y los botones del chaleco de Park; había visto unos similares en Cartier's.

Los Park gozaban de cuantiosas rentas, con toda probabilidad. Aunque él tenía el rostro intensamente bronceado, el sol no le había ajado las mejillas, que presentaban un color saludable. A YoonGi le gustaba también el fino bigotito rizado que no llegaba a ocultar sus labios rojos y carnosos, pero su rasgo más atractivo, naturalmente, eran sus ojos, bajo unas cejas pobladas: eran tan azules y destilaban una ternura jovial que persuadían a quien los miraba de que su dueño abrigaba buenas intenciones. Nadie con unos ojos azules como aquéllos sería capaz de hacer daño a un semejante.

YoonGi estaba seguro de que le había causado buena impresión. Aunque él no le hubiera regalado el oído con comentarios halagadores, su cálida mirada de admiración lo habría delatado. YoonGi se maravillaba ante su desenvoltura y su falta de timidez, eran dignas de admiración. Se encontraba a gusto en esas circunstancias y admiraba la maña con que, sin abandonar el tono informal que prevaleció a lo largo de la conversación, dejaba caer de vez en cuando una insinuación galante y lisonjera. Cuando, en el momento de marcharse, le tendió la mano, Jimin se la estrechó con una presión de un modo inconfundible.

—Espero que nos veamos pronto —dijo con aparente indiferencia, pero la expresión de sus ojos confirió a las palabras un significado que YoonGi no pasó por alto.

—Hong Kong es un pañuelo, ¿verdad? —comentó.

El velo pintado (KookGi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora