Capítulo 30

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De pronto sus porteadores, callados desde hacía rato, se pusieron a hablar y uno de ellos se volvió hacia él y, con palabras que YoonGi no alcanzó a comprender y un gesto, intentó llamar su atención. Él miró en la dirección que le señalaba y allí, en la cima de una colina, avistó un arco. Había pasado por tantos que ya estaba al corriente de que se trataba de monumentos erigidos en memoria de algún erudito afortunado o alguna viuda virtuosa, pero éste, cuya silueta se recortaba contra el sol poniente, se le antojó más hermoso y fantástico que cualquiera de los que había visto hasta la fecha. Aun así, sin saber por qué, lo inquietó, pues poseía un significado que intuía, pero no era capaz de traducir en palabras.

¿Era peligro lo que se adivinaba en aquella estructura, o mero escarnio? Estaba atravesando un bosquecillo de bambúes que se inclinaban sobre el camino de una manera extraña, como si quisieran detenerlo, y aunque no soplaba viento en la tarde estival, sus estrechas hojas verdes se mecían levemente, dándole la sensación de que alguien los acechaba escondido entre ellas.

Al poco rato llegaron al pie de la colina, y los arrozales se terminaron. Los porteadores acometieron la pendiente con zancadas enérgicas. La ladera estaba recubierta de túmulos verdes, situados cerca, muy cerca unos de otros, de tal modo que el terreno parecía surcado de nervaduras, como la arena del mar cuando acaba de bajar la marea, y eso también lo sabía YoonGi porque lo habían llevado por lugares semejantes cada vez que se aproximaban a una ciudad populosa o la dejaban atrás. Era el cementerio. Ahora entendía por qué los porteadores habían llamado su atención sobre el arco que se alzaba en la cima de la colina: habían llegado al final de su viaje.

Cruzaron el arco, y los porteadores se detuvieron por unos instantes para cambiarse la vara de un hombro al otro. Uno de ellos se enjugó el rostro sudoroso con un trapo sucio. El camino descendía serpenteante entre casas destartaladas. Anochecía, pero los porteadores rompieron a hablar muy alterados, y con un brinco que lo sobresaltó se arrimaron a la pared. Enseguida descubrió la causa de su miedo, pues mientras estaban allí, parloteando unos con otros, pasaron cuatro campesinos, rápidos y silenciosos, cargados con un ataúd nuevo sin pintar cuya madera fresca lanzaba destellos blanquecinos en la oscuridad creciente. YoonGi notó que el pulso se le aceleraba de terror. El ataúd se alejó, pero los porteadores permanecieron quietos, como si no consiguieran reunir el valor suficiente para continuar, pero se oyó un grito a su espalda y ellos reanudaron la marcha, ahora sin hablar.

Caminaron durante unos cinco minutos más y luego viraron bruscamente hacia un portón abierto.

Depositaron el palanquín en el suelo; habíanllegado.

El velo pintado (KookGi)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin