Capítulo 22

19 3 0
                                    

Al día siguiente, cuando YoonGi se había tumbado a dormitar después del almuerzo, lo despertaron unos golpes a la puerta.

—¿Quién es? —gritó con irritación.

No estaba acostumbrado a que lo molestaran a esas horas.

—Yo.

Al reconocer la voz de su marido, se incorporó rápidamente.

—Adelante.

—¿Te he despertado? —preguntó él al entrar.

—Lo cierto es que sí —respondió en el tono natural que empleaba con él desde hacía un par de días.

—¿Vienes a la otra habitación? Quisiera tener una pequeña charla contigo. El corazón de YoonGI golpeó de súbito en sus costillas.

—Voy a ponerme una bata.

Él salió, y YoonGi se enfundó los pies en unos mocasines y se envolvió en un kimono. Al verse tan pálido en el espejo decidió aplicarse un poco de colorete. Se detuvo en el umbral por unos instantes, reuniendo valor y preparándose para la conversación, y, con gesto resuelto, se encaminó hacia donde estaba Jungkook.

—¿Cómo te las has arreglado para escaparte del laboratorio? —le preguntó—. No suelo verte por aquí a estas horas.

—¿Por qué no te sientas? —lo invitó JungKook, con solemnidad, sin dirigirle una mirada.

YoonGi tomó asiento de buen grado: le temblaban un poco las rodillas. Incapaz de mantener un tono alegre, optó por permanecer callado. JungKook también se sentó y encendió un cigarrillo. Paseaba la vista inquieto por la habitación y, al parecer, no sabía cómo empezar.

De pronto miró a YoonGi de frente, y como hasta ese momento se había esforzado por evitar que sus ojos se cruzaran con los de él, su mirada directa le provocó a YoonGi tal sobresalto que hubo de ahogar un grito.

—¿Has oído hablar de Mei Tan Fu? —preguntó—. La prensa ha hecho mucho eco de ello últimamente.

YoonGi se quedó mirándolo, sorprendido, y vaciló.

—¿Te refieres a ese lugar donde hay cólera? El señor Arbuthnot hablaba anoche de ello.

—Hay una epidemia. Creo que es la peor que han tenido desde hace años. Había un misionero que hacía las veces de médico, pero murió de cólera hace tres días. Quedan allí las monjas de un convento francés y, naturalmente, el funcionario de aduanas. Todos los demás se han ido.

No despegaba la vista de YoonGi, que a su vez no era capaz de bajar la suya. Intentó leer su expresión, pero los nervios apenas le permitieron percibir en su extraña actitud vigilante. ¿Cómo podía mirarlo con tanta fijeza, sin parpadear siquiera?

—Las monjas francesas hacen lo que pueden. Han convertido el orfanato en un hospital, pero los pacientes mueren como moscas. Me he ofrecido a ir para encargarme del asunto.

—¿Tú?

YoonGi se estremeció con violencia. Lo primero que se le ocurrió fue que, si él se marchaba, quedaría libre y sin el menor impedimento para estar con Jimin, pero esta idea lo escandalizó, y notó que se ponía de color escarlata. ¿Por qué lo miraba así JungKook?

La vergüenza le obligó a volverse hacia otro lado.

—¿Es necesario? —titubeó.

—No hay un solo médico extranjero en ese lugar.

—Pero tú no eres médico, sino bacteriólogo.

—Soy doctor en medicina, ¿sabes?, y antes de especializarme ejercí durante mucho tiempo la medicina general en un centro hospitalario. El que sea bacteriólogo ante todo representa una ventaja añadida, porque supone una oportunidad única para realizar un trabajo de campo.

Hablaba en un tono casi displicente, y cuando YoonGi lo observó, le sorprendió apreciar en sus ojos un destello de burla que no alcanzó a entender.

—Pero ¿no entraña eso un peligro tremendo para ti?

—Tremendo.

JungKook sonrió, pero con un gesto burlón. YoonGi apoyó la frente en la mano: un suicidio, en resumidas cuentas, se trataba de eso. ¡Qué horror! No se había imaginado que él se lo tomaría así. Debía impedir que cometiese semejante insensatez. A YoonGi se le antojaba una crueldad; no era culpa suya no amarlo. No soportaba la idea de que él se matara por su causa. Las lágrimas le resbalaban suavemente por las mejillas.

—¿Por qué lloras? —inquirió, con frialdad en la voz.

—No estás obligado a ir, ¿verdad?

—No, voy por voluntad propia.

—No vayas, JungKook, por favor. Sería horrible que te pasara algo. ¿Y si no salieras vivo? Aunque se mantenía impasible, una sombra de sonrisa le asomó a los ojos, y no respondió.

—¿Dónde está ese sitio? —preguntó YoonGi después de una pausa.

—¿Mei Tan Fu? A orillas de un afluente del río Occidental. Remontaremos el río y haremos el resto del recorrido en litera.

—¿Tú y quién más?

—Tú y yo.

YoonGi, convencido de que no había oído bien, se volvió rápidamente hacia él, y advirtió que la sonrisa de él se había desplazado de su mirada a sus labios, y tenía los ojos negros clavados en él.

—¿Esperas que vaya también yo?

—Creía que querrías venir.

YoonGi notó que le faltaba el aliento de nuevo, y le recorrió un escalofrío.

—Pero no es sitio para alguien frágil como yo. El misionero mandó de vuelta a su esposa y sus hijos hace semanas, y el representante de APC y su mujer también regresaron. La conocí en una merienda.

Ahora recuerdo que contó que se habían ido de no sé dónde huyendo del cólera.

—Quedan cinco monjas francesas. El pánico se adueñó de YoonGi.

—No sé a qué te refieres. Sería una locura que fuera contigo. Ya sabes lo delicado que estoy. El doctor Hayward ha dicho que tengo que irme de Hong Kong para evitar el calor. Sería incapaz de soportar las altas temperaturas de ese lugar. Y el cólera: enloquecería de miedo. Son ganas de buscarse quebraderos de cabeza. No hay razón para que vaya: me moriría.

JungKook no contestó. YoonGi, desesperado, lo miró y apenas consiguió reprimir un sollozo. El rostro de su marido presentaba una suerte de palidez sombría que de pronto lo aterró. Percibía en él una expresión de odio. ¿Cabía la posibilidad de que deseara su muerte? Él mismo dio respuesta a aquella pregunta atroz.

—Es absurdo. Si crees que tienes que ir es cosa tuya, pero no puedes esperar que yo vaya contigo. Aborrezco la enfermedad. Una epidemia de cólera. No me considero muy valiente y no me avergüenza confesar que no tengo agallas para algo así. Me quedaré aquí hasta que llegue el momento de ir a Japón.

—Yo creía que te prestarías a acompañarme ahora que estoy a punto de embarcarme en una expedición peligrosa.

Se mofaba abiertamente. YoonGi, que no sabía a ciencia cierta si hablaba en serio o sólo pretendía asustarlo, estaba confuso.

—Ninguna persona razonable podría reprocharme que me niegue a viajar a un lugar peligroso donde no se me ha perdido nada ni sería de la menor utilidad.

—Serías de la mayor utilidad si me ofrecieras ánimo y consuelo. YoonGi palideció aún más.

—No sé de qué hablas.

—No creo que haga falta ser más inteligente que la media para entenderlo.

—No pienso ir, JungKook. Es una monstruosidad pedírmelo.

—Entonces yo tampoco iré. Voy a presentar una demanda de inmediato.

El velo pintado (KookGi)Where stories live. Discover now