Capítulo 39

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Pocos días después, NamJoon, que estaba sentado junto a YoonGi con un largo vaso de whisky con soda en la mano, se puso a hablarle del convento.

—La madre superiora es una mujer muy especial. Las hermanas me han asegurado que pertenece a una de las familias más notables de Francia, aunque no han precisado cuál. Según dicen, a la madre superiora no le gusta que se hable de ella.

—Si tanto te interesa, ¿por qué no se lo preguntas? —inquirió YoonGi con una sonrisa.

—Si la conocieras, sabrías que es imposible plantearle una pregunta indiscreta.

—Muy especial debe de ser para infundirte semejante respeto.

—Tengo un mensaje suyo para ti. Me ha encargado que te diga que, aunque entendería perfectamente que no quisieras arriesgarte a ir al centro mismo de la epidemia, le encantaría enseñarte el convento.

—Es muy amable por su parte. No sabía que estuviera al corriente de mi existencia.

—Le he hablado de ti. La visito dos o tres veces a la semana para echar una mano si hace falta, y yo diría que tu marido también les ha hablado de ti. Has de saber que ellas le profesan una admiración sin límites.

—¿Eres católico?

Los ojos maliciosos de NamJoon lanzaron un destello, y su graciosa carita se arrugó de risa.

—¿Por qué me miras así? —preguntó YoonGi.

—¿Acaso puede salir alguna cosa buena de Galilea? No, no soy católico. Me declaro miembro de la Iglesia anglicana, una manera inofensiva de decir que no creo en nada concreto, supongo. Cuando la madre superiora se instaló aquí hace diez años trajo consigo a siete monjas, de las que han muerto todas salvo tres. Como verás, Mei Tan Fu no es precisamente un balneario. Viven justo en el centro de la ciudad, en el barrio más pobre, trabajan muy duro y nunca se toman vacaciones.

—¿Y ahora no quedan más que tres monjas y la madre superiora?

—Oh, no, otras han ocupado el lugar de las fallecidas y ahora hay seis. Cuando la epidemia acababa de declararse, una murió de cólera y vinieron otras dos de Cantón.

YoonGi se estremeció levemente.

—¿Tienes frío?

—No, sólo la sensación de que alguien caminaba sobre mi tumba.

—Cuando se van de Francia, es para siempre, no como los misioneros protestantes, a quienes de vez en cuando les conceden un año de permiso. Siempre he pensado que eso ha de ser lo más duro. Los ingleses no tenemos mucho apego por la tierra, nos sentimos como en casa en cualquier lugar del mundo, pero a los franceses, según creo, les inculcan tal amor por su patria que es casi como un vínculo físico. Nunca se encuentran completamente a gusto en el extranjero. Siempre me ha conmovido mucho que estas mujeres se prestaran a semejante sacrificio. Me imagino que, si fuera católico, me parecería de lo más natural.

YoonGi lo contempló con cierto distanciamiento. No alcanzaba a entender del todo la emoción con que hablaba el hombrecillo y se preguntó si no sería sólo una pose. NamJoon había bebido whisky en abundancia y quizá no estaba sobrio del todo.

—Ven a verlo por ti mismo —le propuso con su sonrisa traviesa al leerle de inmediato el pensamiento—. No es tan arriesgado como comerse un tomate, ni mucho menos.

—Si tú no tienes miedo, no hay razón para que lo tenga yo.

—Creo que te resultará divertido. Es como visitar un trocito de Francia.

El velo pintado (KookGi)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant