Capítulo 38

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Si bien el camino que recorrían se prestaba a la perfección para conversar, ni la abogada ni su cliente emitían palabra. Ella había dejado tirado el trabajo en la oficina. No obstante, su salida repentina ni siquiera le preocupaba la mitad de lo que sí lo hacía la futura respuesta de Wilson Arriaga.

Lobo prestaba mayor atención a la carretera que a su acompañante, y a la par, mantenía con sus manos una leve presión sobre el timón. Por su parte, Breen, para pasar el rato había abierto Pinterest.

— ¿Iremos a su casa? –buscó saber la chica para contar con más información.

— Sí.

— ¿Está lejos?

— ¿Te preocupa que lo esté?

— No. Puedo dedicarle el día a esto –argumentó–, solo pregunto porque me interesa saber.

Al no oír respuesta, ella insistió:

— ¿Y bien?

— Lo está. Dependerá del traficó... mínimo unas tres horas.

— ¡¿Tres horas!? Eso son seis, contando el regreso.

— ¿Qué pasa? –se alarmó tras oír su exclamación; tanto que giró su cuello en pos de ella– ¿Hay algún problema, o ya no puedes dedicarle todo el día?

— Sí puedo.

— Genial. Porque ya no hay vuelta atrás.

— Tampoco lo pretendía –resaltó.

Luego, llenándose de valor y confianza, Breen comenzó a buscar a sus anchas alguna estación de radio con buenas canciones, dado que sería un viaje largo. A causa de ello podía discernir que Pinterest no sería suficiente. Entonces, dio con una emisora a través de la cual transmitían piezas artísticas de violinistas. Por ejemplo, de Antonio Vivaldi, Niccolo Paganini, Amadeus Mozart, y Ludwig Van Beethoven. Breen podía reconocerlos como si en cada presentación Ruby le susurrara al oído sus nombres para que ella no los olvidara.

— Es extraño.

Al oírla, Lobo dirigió una mirada a Breen, quien lucía emocionada sin motivo evidente para él. Sus ojos y pestañas se mostraban algo húmedos debido a ciertas lágrimas incipientes que además le sonrojaban su rostro. Sin embargo, no daba tampoco la impresión de que fuese a estallar en llanto, más bien, daba la impresión de que su mente vagara por recuerdos peligrosos, de esos que te traen alegría y dolor a la vez.

— ¿Qué es extraño?

— Que transmitan estas melodías... en realidad, no soy de escuchar radio, pero, aun así, me parece que es algo poco común. Lo usual es que proyectan canciones más modernas.

— Tienes razón, aunque ya sabes lo que dicen.

— ¿El qué?

— Los clásicos no pasan de moda.

— Es verdad.

Existió una fracción de segundos donde ambos meditaron respecto a sus palabras antes dichas. No obstante, al santiamén Breen fue presa de la curiosidad y lanzó su pregunta sin dudar.

— ¿Cuál es tu instrumento musical favorito?

— Pues... no sé. Nunca lo había pensado. ¿Tú?

— Es el violín.

— Oh, ahora entiendo por qué te ha gustado de tal manera esta emisora.

— Sí. Eso, y porque me recuerda a alguien especial.

En la Trampa del Lobo (Completa) ✔Where stories live. Discover now