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Iria y yo planeábamos cruzar la cascada más grande para visitar a Deméter y Perséfone, mas no fue necesario. La madre vino a la aldea a la hora del almuerzo, y estaba acompañada de todas las ninfas a las que había convertido en flores. Estas corrieron a reencontrarse con sus seres queridos, quienes rieron y lloraron al verlas. Mi tatarabuela abrazó a cada una de sus amigas, sin poder creer que habían regresado. Deméter se acercó a mí, y yo sentí alivio al ver que sonreía.
—Perséfone está de vuelta, ¿verdad?—le pregunté.
Ella asintió.
—Vine por ti. Acompáñame al campo.
Asentí y la seguí sin despedirme de nadie. Algunas ninfas nos acompañaron, pero la gran mayoría se había quedado en la aldea a recuperar el tiempo perdido con sus familias.
—¿Cómo fue que pudieron convencer a Hades de que liberara a Perséfone?—pregunté a Deméter. Ella suspiró.
—Solo accedió a dejarla libre la primera mitad del año.
—¿Eh?
—Perséfone estará conmigo la primera mitad del año, y en la segunda tendrá que volver con él al inframundo.
Dejé de caminar, perplejo. No podía creer que Perséfone jamás sería totalmente libre.
—Sé lo que estás pensando—dijo Deméter—. Yo también considero que no es justo, pero así es el acuerdo y tenemos que aceptarlo.
Reanudé mi camino, preguntándome en qué estado encontraríamos a Perséfone. Sabía que físicamente seguiría luciendo perfecta, pero sus ojos y sus expresión nos haría saber qué tanto había sufrido. Llegamos a la cascada y formamos una fila para atravesarla. Una vez en el campo de la diosa, nos sentamos junto a los arbustos de fresas y esperamos. Abracé mis piernas y hundí el mentón en mis rodillas, ansioso. Mi cuerpo no dejaba de estremecerse ante la simple idea de reencontrarme con Perséfone. 
Solo tuvimos que esperar un rato. 
Recuerdo que la tierra comenzó a sacudirse, pero esta vez no me inmuté. Un agujero enorme rompió la tierra frente a mí, y de ahí emergieron Hades y Perséfone tomados del brazo. Él era alto y de facciones afiladas. Su largo cabello oscuro llegaba hasta sus pies, cuyas puntas parecían hechas de humo. Usaba una capa negra y tenía joyas de oro en los brazos, tobillos y cuello. En su cabeza descansaba una corona de rubíes, que hacían juego con sus ojos carmesí. Estaba inexpresivo, mirándome fijamente. No sabía si yo le provocaba odio, asco o lástima. Perséfone no se separó de él, y apretaba su brazo con suavidad. Ella miraba al suelo en total sumisión, y su cabello estaba repleto de piedras preciosas.
—Hija—dijo Deméter con los ojos inundados de lágrimas—. Perséfone…
Perséfone alzó la mirada y sonrió. Apretaba sus labios, tratando de contener el llanto. Hades la soltó con delicadeza, y la diosa corrió a los brazos de su madre, quien la estrechó y la alzó sollozando contra su pecho. Hades no dijo nada, solo vio a madre e hija por un rato, después me dedicó otra mirada y descendió de regreso a su reino, dejando una leve niebla. cuando esta se dispersó, ya no quedó rastro de él ni del agujero. Vi a Perséfone, quien abrazaba a las ninfas. Aún no se daba cuenta de que yo estaba ahí, o sencillamente no quería verme. Deméter le dijo algo, y Perséfone al fin me miró. Había ternura en sus ojos, y mi corazón se aceleró cuando me dedicó una sonrisa. Caminó hacia mí, y se detuvo a dos pasos de distancia.
—Asterios…—dijo, y se inclinó un poco frente a mí, después estiró un brazo para tomar mi mano. Yo rocé mis dedos con los suyos, y en cuanto Perséfone sintió mi tacto, se estremeció y retrocedió.
Me miró de arriba abajo con horror en sus ojos.
—¿Estás bien?—le pregunté.
—Lo…lo siento….—se llevó las manos temblorosas al pecho y desvió la mirada—. ¿Podríamos vernos mañana?
Sentí un pinchazo en el lugar del corazón, pero la entendía. Ella pasó casi un año allá abajo y le inquietaba volver al campo, no estaba lista para que pasaramos tiempo juntos.
—Sí, volveré mañana—respondí, y me levanté del suelo. Perséfone se abrazó a sí misma y retrocedió aún más.
—¿P-Podrías usar ropa?—me preguntó.
—¿Eh?
—Cuando…uh…cuando nos veamos mañana, ¿podrías usar ropa, por favor?
—Uh…sí, claro. No hay problema.
Ella me dedicó una leve sonrisa y me dijo que nos veríamos mañana. Dio media vuelta, y se fue con su madre y las ninfas. Vi como sus ojos recuperaban su brillo cuando ellas la pusieron al tanto de lo que había pasado en el campo. Yo la hice sentir mal, pensé. ¿Cuál fue el motivo? ¿Acaso es por mi cuerpo? ¿Qué tiene mi cuerpo? 
Por primera vez en mi vida sentí vergüenza de mi desnudez. Nunca había sido tan consciente de ella. Volví a la aldea y cené sopa de verduras frente a la fogata. Mi tatarabuela me preguntó cómo me había ido con Perséfone,y yo le relaté nuestra breve e incómoda reunión con lujo de detalle.
—Mi cuerpo la inquietó bastante—dije—. Me gustaría saber qué tiene de malo, pero no quisiera hacerla sentir peor con mis preguntas.
Iria se llevó una mano al mentón, pensativa.
—Me dijiste que ella y Hades estaban vestidos cuando llegaron, ¿no?
—Sí…
—Oh, entonces creo saber qué es lo que le pasa. Tal vez se acostumbró  a usar ropa en el inframundo, y ahora le parece raro ver a los demás desnudos.
Perséfone estaba feliz con las ninfas, pensé. Y todas ellas estaban tan desnudas como siempre. El problema es mi cuerpo. 
Por dentro moría de ansiedad, pero me esforcé en sonreírle a Iria. No quería preocuparla. Esa noche dormí muy poco, recordando una y otra vez mi reencuentro con Perséfone. No se parecía nada al de mis fantasías, donde ambos nos abrazábamos con fuerza y llorábamos, felices de estar juntos de nuevo. Sabía que Perséfone no sería la misma tras vivir bajo el yugo de Hades por tanto tiempo, pero confiaba en que ella me abriría su corazón poco a poco hasta que sanara completamente. 
Esa esperanza se esfumó en cuanto vi el horror en sus ojos.

El primer inviernoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz