Capítulo 3-Una irritable atracción

982 242 62
                                    


La atracción entre el hombre y la mujer es una fuerza poderosa que supera cualquier lógica.

 Paulo Coelho.

Nadie las había avisado de que el príncipe George, Duque de Cambridge, estaría en Almack's esa noche

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Nadie las había avisado de que el príncipe George, Duque de Cambridge, estaría en Almack's esa noche. Por lo visto, solo unos pocos agraciados habían estado al corriente de esa valiosa información. Cassandra se dio cuenta de que algunas jóvenes casaderas iban mucho más arregladas y ostentosas de lo que se esperaría para un simple baile de Almack's. Ahora comprendía por qué el ambiente había estado tan exacerbado y ardiente antes de que el "señor ojos de bronce" apareciera. 

―Si hubiera tenido la menor idea, te hubiera prestado mi collar de diamantes ―susurró su madre, mientras avanzaban detrás de la Señora de Devonshire y sus hermanas más jóvenes, deslizándose con elegancia por el salón y abriéndose camino entre la multitud. Por supuesto, las personas les cedían paso con una gracia inusitada, pues la Señora de Devonshire encabezaba la pequeña comitiva que habían formado para rendir sus corteses saludos al príncipe. El pequeño incidente de su risa impertinente estaba a punto de quedar a atrás por completo. En cuanto presentara sus respetos al príncipe, todos se olvidarían de ella y su madre se quedaría tranquila. 

Y pensando en su madre es que no volvió a reírse en cuanto vislumbró al esplendoroso príncipe George rodeado de un coro de debutantes y madres deseosas de cazar a un buen partido.  Apenas lograba vislumbrar al caballero entre el enjambre de muselinas etéreas, lazos coquetos y abanicos agitados que sus admiradoras llevaban como estandartes. Aquella escena, recordó, era como contemplar a los pequeños perros en Bristol cuando el mozo llegaba con sus raciones de alimento; todos ellos competían por su atención y cariño de manera tan ansiosa. Pero comparaciones tan mundanas no deberían escapar de su mente si no deseaba cometer una vez más el pecado del ridículo, dejando en claro una inapropiada falta de compostura.

―¿No cree, querida, que nuestro apuesto príncipe parece llevar consigo el peso de una alma atribulada? ―escuchó decir a lady Karen Cavendish, la hermana menor de la Señora de Devonshire. La miró, genuinamente sorprendida. Tal comentario era raro entre las damas de su círculo, pero le agradó ese punto de sinceridad entre tanta falsedad. 

―Por favor, miladi, no me haga reír de nuevo ―rogó Cassandra, mordiéndose el labio al detenerse frente al mismísimo George de Cambridge.

―Su Alteza Real ―reverenció la Señora de Devonshire, con un movimiento perfecto de su cuerpo y una dicción del lenguaje mejor que la de muchos parlamentarios ingleses―. Me gustaría presentarle a la Marquesa de Bristol y a su única hija, lady Cassandra. 

Nadie dejó de notar cómo los ojos del príncipe se posaron en Cassandra, incluso antes de que su nombre resonara en la conversación. Claro está, todas las indulgencias eran concedidas a un príncipe. ―Es un honor sin igual tener el placer de su presencia, Su Alteza Real ―pronunció la Marquesa de Bristol con una profunda reverencia, a la que Cassandra se unió, imitando la elegante cortesía de su madre.

El Diario de una CortesanaWhere stories live. Discover now