Capítulo 13-Sombras de pasiones prohibidas

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La verdad siempre se halla en la simplicidad y no en la multiplicidad y confusión de las cosas.

Isaac Newton.

Los minutos posteriores fueron muy confusos para Cassandra. Pero el príncipe George no le soltó la mano ni un instante. La guio por unos senderos solitarios hasta llegar a un carruaje, y allí, la subió junto con él. ¿Qué harían? ¿Irían a Gretna Green y se casarían a escondidas? Había oído que algunos matrimonios lo habían hecho. Pero, ¿de veras se había equivocado tanto en su primera impresión sobre George como para que ahora se comportara de un modo tan distinto? Lo había considerado un hombre frío, altanero y prepotente. ¿De veras era esa clase de hombre que se casaría con una muchacha en Gretna Green? ¿Cuándo el honor y la respetabilidad parecían ser todo su mundo?

De lo contrario, si no se casaban, ¿qué le esperaba? 

Se habían entregado a la pasión con una intensidad que le resultaba desconocida. Y de alguna manera, ese ardor compartido había adquirido una belleza tan profunda como el mismo amor. ¿Podía considerarse amor? ¿Era posible que sus corazones se hubieran unido de verdad, cuando tan solo unas horas antes se despreciaban mutuamente?

—La he comprometido de un modo espantoso —señaló él de repente, mientras las ruedas del carruaje recorrían unas cuantas calles en su incesante traqueteo.

¿Ya no era Cassandra? El príncipe la había tuteado en esa caseta del jardín donde se lo había entregado todo. ¿Ahora ya no era simplemente Cassandra? ¿El hombre frío que había conocido y que tanto había aborrecido estaba regresando?

—Me gustaría que no se arrepintiera —confesó ella, luchando por mantener a raya el burbujeo de su sangre. No deseaba precipitarse. Anhelaba confiar en que el ardiente hombre que había descubierto en el jardín no fuera una simple quimera, un sueño. Necesitaba creer que el amor verdadero, aquel con el que había soñado tantas veces, era posible. Que existía. 

No hubo respuesta. El semblante hercúleo del príncipe George retomó su carácter imperturbable, como si estuviera forjado en el metal más inquebrantable. Cassandra lo observó durante varios latidos de su corazón, después, desvió la mirada hacia la calle.

—¿A dónde vamos? A estas alturas, me temo que mi tía Pauline ya debe estar lanzando una búsqueda incansable para encontrarme.

—Al palacio de Kensington. 

—¿Qué?

El Palacio de Kensington se ubicaba al otro extremo de Hyde Park. Y era una residencia real. Donde solo los hermanos del soberano o parientes cercanos a él podían residir o entrar. De seguro, allí estaban los padres de George y, quién sabe, quizás alguna de sus dos hermanas. El miedo y el bochorno azotaron a Cassandra. ¿Qué haría ella a esas horas de la noche frente a la realeza?

Era apropiado que solicitara la mano de lady Colligan. Era lo más honorable y correcto después de lo sucedido. Después de todo, él era un caballero, y debía superarla en al menos diez años de edad. Ella era simplemente una joven inocente, y ciertamente no era la candidata ideal para ser su esposa. Sin embargo, en ese momento, el carácter y el origen de lady Colligan eran lo de menos. No era como sus primos, e incluso algunas primas, que se deshacían de sus amantes sin compasión. Él era un hombre de honor, a pesar de haber perdido el juicio. 

Tan pronto como Kensington se asomó por la ventanilla, Cassandra se sintió obligada a arreglar su cabello, que continuaba suelto sobre sus hombros, ya que había perdido las horquillas en el jardín. El príncipe tenía que ir en serio si pretendía llevarla a la residencia de sus padres. Aunque suponía que esa no era su residencia oficial, sino Cambridge House. ¿Y si el príncipe Adolfo, el padre de George, no estaba allí? ¿Y si pretendía llevarla frente a otra persona? 

El Diario de una CortesanaWhere stories live. Discover now