Capítulo 5- Y no volvieron a verse....

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George estaba horrorizado

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George estaba horrorizado.

Y Cassandra también.

Ambos llevaban diez minutos cabalgando en silencio, con el estruendo de la lluvia, los cascos de los caballos y el viento entre los árboles como la única melodía que los acompañaba.

No sentían horror por el clima, el lodo o el bosque. Lo que realmente los atormentaba era la tensión que flotaba en el aire entre ellos dos. Por supuesto, en el caso de Cassandra, esta tensión se veía agravada por su temor a ser descubierta por su padre o delatada por el príncipe en algún momento. Al menos necesitaba asegurarse de que una de esas posibilidades estuviera bajo control: pedirle al príncipe que guardara silencio sobre lo que había sucedido, que no lo compartiera con nadie.

―Su Alteza Real ―dijo Cassandra, tomando conciencia de lo extrañamente callados que habían estado al escuchar su propia voz, rompiendo así el opresivo silencio que los había acompañado hasta ese momento.

―Sí ―respondió él con sequedad desde delante.

―Si me permite el atrevimiento...

―No.

―Su Alteza Real ―prosiguió ella, observándolo desde su posición en la yegua, aprovechando que él no podía verla para intensificar su profundo sentimiento de aversión a través de sus ojos azules, como si pudiera fulminarlo con la mirada―. Hay algo de suma importancia que necesito solicitarle ―agregó, endulzando su voz tanto como era capaz, siendo tan hipócrita como su desagrado se lo permitía.

Cassandra siempre había sido impulsiva en ciertos momentos. Sus institutrices habían intentado en vano enseñarle que lo más apropiado para una dama era siempre detenerse a reflexionar sobre lo que estaba a punto de decir o hacer antes de llevarlo a cabo. Sin embargo, compensaba ese defecto con una comprensión sublime de cada situación, sin importar cuán desfavorable esta fuera.

―No tengo por costumbre delatar a una dama ―la cortó él, como si le hubiera leído el pensamiento.

Bien. Había resultado sencillo. Ni siquiera había tenido que solicitarlo. Eso, en cierto sentido, Cassandra lo agradecía. George no la había hecho rogar ni le había requerido ninguna explicación. Mejor así.

Lo miró con menos odio y más objetividad. Su presencia era imponente, sus hombros anchos y su porte regio parecían desafiar al mundo que lo rodeaba. El cabello rubio que se alborotaba con la brisa le confería una imagen de caballero que acababa de regresar de una galante hazaña.

Lo que más admiró Cassandra, no obstante, fue el inconfundible aroma que parecía envolver al príncipe. Un perfume noble, no solo de fragancia, sino también de estatus. Era el aroma de un príncipe, un aroma que transportaba consigo la elegancia y la grandeza de su linaje. Y mientras su mirada lo recorría de manera inadvertida, Cassandra no pudo evitar pensar en lo inalcanzable que parecía todo aquello, incluso cuando se encontraba a solo unos metros de distancia.

El Diario de una CortesanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora