Desencanto

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Jamás me comprendiste, niña mía,

Ni me supiste amar como yo sé;

Por eso te han hastiado mis caricias

Por eso mis angustias ahogaré.


No has querido auscultar el alma mía 

mis ansias grandes de triunfar en ti;

Has vivido al acaso tu existencia

Vacía y caprichosa porque sí.


Comprendo que no vives mis desvelos,

Que mis triunfos jamás llegan a ti

Que solo te preocupan tus caprichos

Y que vives muy lejos tú de mí.


Ya veo fracasados mis empeños

de hacerte más feliz el dulce hogar;

Jesús, al darle contento un nuevo encanto,

veo todo tu encono reventar.


Ya veo que en mi hogar siempre son penas,

aquello que en los otros es ventura:

la esperanza de un hijo, es cruel querella;

y el hijo, para ti, fue la amargura.


Cuando falta el dinero, sobran penas;

cuando el dinero sobra, falta paz;

si debo estar ausente, sobran quejas;

y si en mi casa, porque estoy de más.


Y cuando todo en el hogar sonríe,

tu instinto enfermo ha de querer viajar;

y "quieras que no quieras...; si no quieres

que vuelva la amargura a torturar.


Que te entienda Satán, dice mi duelo;

que ni tus palabras entender pudiera;

ellos, te crearon sin amor ni anhelos

de amor, de piedad, virtud, que no tuvieron.


               Yo quisiera pensar que estoy loco,

                que mi miedo a perderte es insano;

                 pero, ¿cómo ha de ser si conozco

                 que no hay alegrías porque me odias tanto?


Que me quieres, lo dices y dicen,

Jesús, confunden instinto y pasión,

con virtudes que seres felices

cultivan conscientes de lo que es el amor.


               Yo, bien sé que tu engañas a todos

               y me pintas un necio celoso,

               porque quieres que nadie a nosotros

               nos diga que estamos en distintos polos.


Pero, sabes mujer, que Dios, quiso

que yo viviera mi eterna desgracia,

para hacerme purgar mis desvíos;

porque he sido un débil al tenerte lástima.


               No es posible que crea en purezas

               que blasona la boca en voz baja,

               cuando veo, tus obras que sellan

               verdades que enferman y vicios que matan.


Yo, he llorado mil noches, señora,

porque sé que mi honor no respetas;

porque sé, que mi hogar no te importa

que sea un infierno o un antro de penas.


               Yo, ya sé que jamás has mirado

               la altivez, dignidad y el deber,

               como causas de celos muy sacros,

               aunque sexualmente seas siempre fiel.


Me juraste a mi lado serías

siempre buena, feliz y dichosa,

y acepté compartir tu existencia;

y recién comprendo que estuviste loca.


Miguel Cané, verano de 1920

Efrain Moyano

Palabras prestadasWhere stories live. Discover now