Duda

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¿Verdad que me quieres mi dulce Sultana...,

verdad que me quieres como yo te amé?

¡Si quise tan grande tal dicha Susana,

de mi alma el pasado letal, borraré!


Si así cual te quiero me sabes querer,

y nada en el mundo me sabrá arrancar

la célica dicha que existe en saber

que el ángel que amamos también sabe amar...


Sería tan grande mi excelsa ventura,

que todos los Dioses sintieran dolor;

por eso la duda destila amargura

cuando mis caricias no exaltan tu amor.


Sí. Fui un desolado. Ya sé que estoy loco:

que quiero venturas que nunca gocé;

que ansiaba muy mucho; que merezco poco;

que eres muy piadosa con tu amor, lo sé.


Pero, ¿tú no sabes qué es vivir sediento,

ardiendo en las ansias de intensa pasión,

entregar la vida y el alma, contento,

en cambio de un beso, por una ilusión?


Yo, soñé un idilio de eterno amor

sin sombras extrañas al más puro amor,

nido de placeres, con dichas mejores

que esos mil hogares de infernal dolor.


Yo, soñé un nidito, primoroso encanto,

donde fueras Diosa de eterna ilusión,

ángel de deleites y placeres tanto

que llenen mi vida de ardiente pasión.


Yo, soñé un palacio por siempre encantado,

do fueses el Hada de un amor ideal,

donde yo, gozara como el más amado

siendo tu esperanza de sueño auroral.


Pero, tú, ¿qué quieres? Pero, ¿qué buscabas?;

¿Buscabas Sultana, tan solo mi amor?

¿O mi amor es poco y en él no encontrabas

el cáliz de dichas que apaga el dolor?


Ya sé, mi Princesa, que te han engañado

y que un vil ingrato desfloró tu amor,

que dándote toda nada le has negado

y ese gran perjuro fue siempre un traidor.


Pues, dime niña, ¿seré parecido

a ese vil amante que cruel te engañó?

Si tú sospecharas, si así lo has creído,

despréciame, niña, tu amor me cambió.


Yo, sé mi Sultana, lo que es el engaño.

lo que son traiciones, la muerte, el dolor;

yo he sido engañado con horrible daño

cuando yo, era un niño lleno de candor.


Yo, he entregado mi alma, si ser, mi dinero,

libertad, derechos y mi corazón;

y cruel me han quitado la ilusión primero,

después, la esperanza de resurrección.


Por eso, Morita, mi dulce Sultana,

cuando tú llamaste a mi soledad,

qué intensa dicha del alma que ufana,

sintió que llamaba la felicidad.


Hay, cuanto me queda, también cuanto espero

la ofrenda a tu dicha, con mi porvenir;

porque eres piadosa mi Amor Hechicero

promesa divina de un dulce vivir.


Tarik

Efrain Moyano


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