91. UN EXTRAÑO ALETEO EN EL ESTÓMAGO

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Reunidos en el patio del castillo, Janick ultimaba los detalles antes de partir. Los caballos estaban dispuestos y los guerreros preparaban sus armas. Levantó la vista y vio a Brendan Sinclair llegar con varios de sus soldados, éstos desmontaron y se unieron a los demás. Connor fue a presentar sus respetos.

Una hora antes habían llegado diez de los guerreros más capacitados del clan Campbell que también querían participar en el rescate.

No era un hombre dado a las emociones pero sintió un extraño aleteo en el estómago, algo parecido al agradecimiento.

Antes de conocer a Roberta, pensaba que amar a alguien haría a un hombre más débil, siempre temiendo ser golpeado allá donde más dolía. Pero estaba descubriendo que era al contrario, lo hacía más fuerte y feroz. Y había personas dispuestas a dar su vida para ayudarlo en su contienda personal.

Allí estaban los Campbell, que apenas estaban capacitados para defenderse a sí mismos, pero se habían presentado en el castillo listos para presentar batalla.

—Eso es todo —despidió al mozo de cuadras que le había servido y se volvió frente a Connor y a la pequeña dama, que se había querido apuntar a la contienda.

Entre sus guerreros elegidos estaba Cameron, que había demostrado ser el mejor en las artes curativas. Niall era un excelente rastreador, el más capaz del clan. Finalmente, Lachlan, que era el jinete más veloz de los McCunn, también había querido sumarse a la comitiva.

—Suerte, hermano. Encontrarás a la dama.

Janick miró fijamente a su laird y le hizo una promesa.

—Ese viejo McTavish pagará por lo que ha hecho.

Connor temía hasta dónde podría llegar su amigo para responder a esa afrenta. Ni imaginaba de qué sería capaz él mismo si alguien osara hacer daño a su mujer, porque la pequeña duende había encontrado un lugar en su corazón.


Vio marchar a la comitiva y abrazó con fuerza a su mujercita.

Pronto tendría noticias del rey, había enviado a Cormac con una misiva. Este guerrero había demostrado ser un gran jinete, un digno adversario para Lachlan.

Dee volvió al salón abrazada a Connor, el mejor lugar donde podía estar. No debería temer por la vida de Roberta puesto que había pasado por multitud de aventuras y había salido airosa de todas ellas.

Estaba asustada, no solo por la época en la que estaban, sino por la maldad de la gente en cualquier momento de la historia. Esos McTavish. ¿Qué buscaban de su prima?



Un baño de agua helada la hizo despertar de golpe. Agitada y confusa, intentó ponerse en pie pero resbaló en el suelo, se dio cuenta de que tenía las manos encadenadas a una argolla en la pared.

Su mal llamado tío Jamie estaba delante de ella, alzándose como un gigante, algo que parecía hacerlo sentir importante.

Se sentía muy atontada y mareada, por lo que hizo amago de vomitar sin conseguir arrojar nada fuera de su estómago vacío.

—Imagino que ya estás dispuesta a darme el anillo.

Suspiró, más por relajar las nauseas que por lo cansado del discurso.

—Se supone que ya tienes uno. No sé para qué quieres otro.

Se reclinó contra la fría pared, era como si estuviera ebria y solo quería echarse un rato. Jamás se había sentido tan mal en su vida.

—Los anillos Bradach me pertenecen.

Su tío parecía muy calmado en ese momento. Podría lidiar con una persona trastornada, un loco que se dejara llevar por la ira, como allá en el salón, pero el laird de los McTavish parecía tener ahora todo el tiempo del mundo y no se inmutaba ante los desafíos.

—A lo mejor, unos días en la mazmorra y te hacen cambiar de opinión.

—No es como si tuviera el anillo en un bolsillo y no te lo quisiera dar —respondió riéndose.

Lo cierto es que Janick lo llevaba, a buen recaudo, en el morral. Y ella no tenía intención de dárselo al viejo, ya le fuera la vida en ello.

La bofetada no la vio venir. Le dejó la mejilla ardiendo y los ojos bordados de lágrimas no vertidas.

—Eres un hijo de puta. Ojalá agonices durante días antes de morir —sentenció con los dientes apretados negándose a llorar delante de ese imbécil.

—Bien. Lo que tú digas. Ahí te quedas. Vendré dentro de unos días a ver si has cambiado de opinión. Seguro que serás más dócil que un corderito.

—Gilipollas... —masculló aún a riesgo de ganarse otro golpe.

El tipo salió y la pesada puerta retumbó al ser asegurada con el cerrojo. Bien, aquí estaba ella, encerrada en una mazmorra de mala muerte, hedionda y oscura, y tenía una espléndida imaginación que le traía a la memoria todas las películas de terror que había visto a lo largo de su vida. En el fabuloso repertorio había seres de todo tipo que se ocultaban en la oscuridad, comenzando por los más elementales: arañas, cucarachas, gusanos, ratas...

Iban a ser dos días muy largos. De modo que se armó de valor y trató de acostarse en el suelo que estaba cubierto con apenas una leve capa de brezo para nada fresco, aunque aún se percibía su agradable olor.

Entonces se dio cuenta de que la cadena no era lo suficientemente larga como para que ella se acomodara en el suelo y los dos brazos también lo hiciera. No le quedaba de otra de alternar los brazos para que no se le quedaran dormidos de estar colgados.

A parte de la molestia de la bofetada de ahora, empezaba a disiparse el mareo de cuando despertó. ¿Qué mierdas le dio de beber la curandera? Además, le había parecido una mujer amable, y resulta que la había drogado para que fuese más fácil de manejar.

—Janick —murmuró a modo de plegaria. Apretó los ojos con fuerza intentando enviar un mensaje telepático.

¿A quién quería engañar? ¿Desde cuando tenía la suerte de conseguir lo que quería? En este caso, necesitaba a Janick como el aire para respirar. Jamie era un psicópata y no iba a ser fácil ganarle la mano. Realmente, era más factible que le salieran cuernos a que pudiera ser rescatada.

—Vamos, Robbie, duérmete ya. Poco puedes hacer a parte de comerte el coco. —Como si fuese tan sencillo dormir tranquilamente en una celda oscura y fría.

Percibió que arriba del todo había una pequeña abertura en el muro que permitía entrar algo de claridad del exterior. Pero debía ser de noche, porque tampoco servía para ver en la oscuridad.

—Bien, duerme y descansa. Mañana será otro día.

Tan solo llevaba unas pocas horas allí y ya estaba hablando sola.

GuerrerasWhere stories live. Discover now