26. SOBRE UN SACO DE PIEDRAS

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Despertó y le dolían todos los huesos, giró en la cama en busca de una postura más cómoda pero parecía que durmiera sobre un saco de piedras.

Abrió los ojos de golpe y miró alrededor.

-Oh, mierda -gimió.

Se cubrió los ojos con el antebrazo. No era un sueño, seguía atrapada en aquella pesadilla. Un grupo de lunáticos que se creían que vivían en la edad media. Puff.

A pesar de la incomodidad del colchón, estaba cerca del hogar y resultaba confortable, a parte de que le llegaba un agradable tufillo a comida que hizo que le gruñeran las tripas.

-Hola.

-¿Cedric?

El chiquillo estaba sentado cerca de ella, y entonces fue consciente del primitivo vendaje en su mano.

-¿Esto lo has hecho tú?

El muchacho asintió en silencio, sin atreverse a atribuirse de palabra el trabajo, sobre todo después de que esa chica tan alta hubiera salido huyendo.

-Pues muchas gracias.

Robbie se incorporó y localizó a la anciana que estaba un poco alejada, sentada en una robusta mecedora. Y fumaba en pipa mientras se balanceaba.

Después de un par de tazones de humeante y sabrosa sopa, se arropó con un chal de lana y se asomó al exterior.

Afuera reinaba la oscuridad más absoluta y olía al humo de las candelas. Miró al cielo, pensativa, otra opción es que aquello fuese una especie de campamento donde la gente iba a pasar un tiempo viviendo como sus ancestros.

Porque esto era más lógico que aceptar lo inaceptable, eso que rondaba su mente. Lo que no podía ser de ninguna manera.

Y finalmente hubo de rendirse a lo evidente, que de alguna manera había viajado en el tiempo. Y después de algunas noches en vela, dedujo que el anillo Bradach la había llevado hasta allí. Aquel que su abuela no quiso que tocase cuando era pequeña.

Y ella lo había perdido a manos de esos sucios MacKenzie

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