Capítulo 5

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Ríndete
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Los días pasaron. Después de esa última visita a la librería, Crowley se había limitado a quedarse en la granja cuidando de las cabras y sus plantas. Había comenzado un nuevo hobby gracias a Muriel, él y ella habían estado viendo un programa de televisión donde enseñaban a hacer buques preciosos, poco después Crowley cortaba las flores del campo y hacía uno que otro ramillete, los lugareños de alrededor pasaban y le compraban para adornar sus centros de mesa. ¿Quién lo diría? Las flores se ven más bonitas cuando las amenaza.

Y sí, pensaba en Azirafel, siempre lo hacía y siempre lo haría. Por las tardes, cuando el cielo se pinta de rosa con tonos morados y anaranjados podía estar seguro de que era Azirafel quien regalaba estas hermosas vistas. Y por las noches cuando le era imposible descansar salía sentarse y a observar el cielo estrellado recordando las noches en las que Azirafel le describía el brillo de las estrellas. Pensaba en su ángel cuando cortaba una rosa blanca con pétalos perfectamente moteados con un ligero color rosado, pues le recordaban a las mejillas sonrojadas de Azirafel. Cada día que pasaba le dolía en el alma, no había noche que no soñara con el momento de su partida.

Pero por orgullo ignoraba su dolor. Salía al jardín a cortar flores, veía televisión con Muriel y después se ahogaba en alcohol para tumbarse en la alfombra, pasando noches enteras junto a la bañera deseando sumergirse en agua bendita, y era hasta el alba que dejaba la habitación y bajaba a la sala para desayunar con Muriel.

Ahora cortaba las puntas de los tallos de las rosas y con cuidado las colocaba en un jarrón. Era una mañana agradable, la luz del sol no era para nada molesta y el ambiente era cálido, pero no sofocante.

—¡Crowley!— escuchó que llamaban su nombre con emoción, un grito a lo lejos. Levantó la mirada y vió a Saxa aproximándose en su bicicleta. —¡Crowley!— levantaba la mano y la agitaba en el aire saludandolo con euforia.

Claro que él se sorprendió, jamás le dijo dónde vivía.

Él le devolvió el saludo curioso de saber cómo lo había encontrado. La chica acelera y se detiene justo en la pequeña barda de rocas que marca el perímetro de la cabaña.

—Ey, niña.— Crowley se quitó los guantes y se acercó a ella recargandose de las piedras. —No deberías andar en bici, estás embarazada. Y traes a Persi contigo, puede pescar un resfriado— la regaña por su irresponsabilidad.

—Tranquilo. Tengo luz verde de la doctora

La pequeña en la silla de niños estornuda llamando la atención del demonio. Crowley le dirige una mirada juzgona a Saxa y abre la reja de madera para sacar a la niña de la sillita.

—¡Muriel!— Crowley toma a la niña en brazos mientras espera al ángel.

—¿Si?— preguntó Muriel asomándose por la puerta.

—Lleva a esta criatura adentro, ponle algo divertido en la tele y dale una galleta

—Si señor

Muriel tomó a Persi sin saber cómo agarrarla correctamente.

—Ten cuidado, es frágil

—¿Cómo una flor?— pregunta Muriel enternecida.

—No, como una bomba.— responde con una sonrisa mientras Muriel aleja a Persi de ella, temiendo que en cualquier momento explote.

—¿Es tu esposa?— Saxa levantó las cejas y sonrió coqueta. Crowley hizo una mueca de desagrado y negó rápidamente.

—Claro que no. Esa niña es solo...una amiga. ¿Qué haces aquí?

Elígeme a mi {Aziracrow}Where stories live. Discover now