Parte 2

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Cregan pudo ver bajo la sonrisa amorosa de Aemond mientras se acercaba todo lo posible a su prometido permitido por la decencia, había en su ojo una chispa roja y algo de petulancia al dirigirse a Jacaerys. Y francamente, el guardián del Norte bien sabía gracias a la cercanía con su señora que razones no le faltaban al omega para estar con esa actitud.

Aún así, intercedió por su amigo y cuñado, colocándose en medio de ambos.

—¿Dónde está Sara? Creo oí ella quería bailar contigo una canción de la capital.

—Con los otros omegas– Contestó Jacaerys relajando sus hombros.

—No dejes a tu esposa sola, sobrino– Aegon habló fríamente, y entrelazó sus manos con las de Aemond, mirándolo con ternura. Él no lo traicionaría como Jace ni se pasaría sin vergüenza alguna con su nueva pareja en frente suyo como si no significara nada– Un buen alfa no descuida a su omega ni rompe sus juramentos.

Y diciendo eso, se levantó con su prometido para entrar con los demás que bailaban y reían por los chistes de Champiñón, sin soltar la mano de Aemond, el cual movió los labios para decir a Jacaerys sin emitir sonido: “es mío, Strong. Piérdete”.

Jacaerys dió un paso al frente, pero se detuvo abruptamente, apretando los puños y sus dientes, porque Cregan seguía a su lado y no quería formar un alboroto que pudiera afectarle en su reputación como heredero de su madre, y en consecuencia el reclamo de Rhaenyra.

Una profunda desolación lo azotó, pues él no quería tomar a Sara como omega, ni siquiera deseó ir al Norte con intención de cortejarla. Sólo debía ir con su madre, hacerse cercano a Cregan y así tener una alianza con el Norte al igual que los verdes contaban con una. Sin embargo, desde que su madre vió a la ingenua omega buscando continuamente la compañía de Jacaerys, no hubo marcha atrás. Él quería cumplir las promesas que le hizo a Aegon, no verlo bailar en una ceremonia de compromiso con otra persona.

Sin embargo, tenía que aclarar algo.

Ajenos a los pensamientos del castaño, los nobles que habían llegado para saber en qué se desenvolvía la historia del príncipe despechado, sólo podían mantener sus ojos en el omega del vestido verde con su cabello hermosamente peinado en ondas, y su andar elegante que contrastaba con la actitud aguerrida y reacia a lo propio de omegas. Aún con un parche nadie dejaba pasar su belleza, ni siquiera Aegon apartaba sus ojos.

Los dos siempre habían sido cercanos, Aegon quería a sus hermanos y jamás quiso pensar en ellos de otra forma, pero su perspectiva estaba cambiando. El olor de Aemond nunca había estado tan dulce gracias a la euforia, y Aegon rodeó la cintura de Aemond, acercándolo para enterrar su nariz al cuello del omega y aspirar más de ese exquisito aroma.

Aemond inclinó su cabeza dándole más acceso a su propio aroma, y giraron juntos suavemente sin separarse en medio de la sala de ceremonia. Las manos del omega alcanzaron el cabello de su hermano mayor, con el corazón latiendo velozmente.

—¿No quieres terminar lo que empezamos en la grama?– Susurró Aemond con su ojo iluminado, sintiendo sus piernas temblar con el pulgar de Aegon dibujando círculos en su cintura.

—Prometí te tomaría como se debe en el lecho de bodas. Pero podemos hacer otras cosas– Aegon subió su vista y tomó el rostro del menor, acercando sus labios a los suyos en un toque primero lento y casto, Aemond acercó su cuerpo más al de su prometido y rodeó el cuello ajeno con sus manos, presionando su rostro más hacía su hermano, y la intensidad comenzó a ser más pasional, saboreando las uvas y el licor en los labios de uno, y en el otro la adictiva menta.

De pronto, un grito y el traspié de alguien los hizo regresar a la realidad, notando el vino en el suelo y la falda de Aemond.

—¡Lo siento, no sé bailar muy bien, y olvidé soltar mi copa!– Se disculpó sinceramente Sara, soltando a su esposo para hacer una reverencia profunda– ¡Mil disculpas!

Al estar encontradas las dos parejas, los invitados volvieron a centrar su atención en cómo se desarrollaban los acontecimientos y unos soltaron risitas de pena dirigidas a Aemond por su vestido con una gran mancha oscura por el vino.
Aemond fulminó a Jacaerys mientras Sara mantenía su rostro abajo, y Aegon observó a la encantadora joven que se hubo unido con quien amaba. Sin embargo, no dejó su angustia se notara y miró con indignación el vestido de su hermano, mientras hacía una seña a la joven para que enderezara la espalda.

—Tú no tienes que hacerte responsable de nada, es evidente tu alfa ni siquiera es capaz de acoplarse a tu ritmo o recordar el mínimo de protocolo– Replicó Aegon rodeando los hombros del omega, y Sara tensó los hombros– Mucho cuidado, no soportaré un segundo acto así con mi omega.

Y diciendo eso, se quitó su propio jubón verde y ató las mangas a la cintura de Aemond, cubriendo la esquina húmeda en la falda del menor bajo la vista de los demás sorprendidos, para luego mirar cómo Aegon alzaba al omega en brazos sacándolo del salón. Alicent se disculpó con los invitados y se fué atrás de ellos, quedando Daeron a cargo mientras Joffrey miraba a su hermano mayor sin comprender qué estaba pasando.

Lucerys en cambio le echó una mirada iracunda a Jacaerys, porque era evidente su oportunidad con Aemond se esfumó. Helaena y Cregan simplemente continuaron bailando. Jacaerys arrugó la nariz, acompañando a su esposa hasta una silla pidiéndole se relajara un rato, ella asintió con remordimiento y vió ingenuamente a su esposo partir fuera del salón en el mismo camino que había seguido la reina y sus dos hijos antes de ella.

Fué sólo por unos segundos, pero Jacaerys logró ver lo que anhelaba: tristeza, celos. Esas dos emociones reflejadas en los lindos orbes lilas de Aegon. Sus sentimientos por él todavía persistía resilientes.

Aemond sonreía eufórico con una mano en el pecho de su hermano durante el camino a su habitación, sintiendo que podría esperar para cobrarle a su sobrino la humillación, mientras Aegon lo llevaba a su habitación y le recostaba suavemente en su cama con el jubón arropandolo.

Su madre pasó a llevarse el vestido indignada, tan enojada que olvidó pedirle a Aegon que saliera, y fué a encargarle a las criadas prepararán vestidos aún más hermosos para su hijo, mientras Aegon se hincó sobre una rodilla acariciando los labios del omega.

Aemond suspiró bajo su toque, inclinando dócilmente su cabeza para permitir su hermano le acunara el rostro con ternura.

—No olvidaré esto– Prometió Aegon y retiró el parche del rostro níveo. El zafiro era una gema hermosa, pero su vista acabó posada sobre el ojo de su hermano. La agonía durante semanas que soportó sin poder llorar, dormir, o incluso salir a caminar mientras se recuperaba. Otros omegas habrían preferido quitarse la vida por la vergüenza, pero la tenacidad suya era magnánima. Aemond era fuerte por sí mismo, lo sabía, pero su alfa interno gritaba por protegerlo, y las feromonas denotando excitación en el omega le hizo decidir no esperaría a otro banquete de compromiso para marcarlo.

—Yo tampoco– Aemond colocó las manos de su hermano trás su corsé en las trenzas que lo mantenían ajustado a su figura esbelta, sonriendo de medio lado– Dijiste podemos hacer otras cosas, ¿Cierto?

—Por supuesto, hermanito– Ronroneó Aegon acariciando las caderas ajenas, antes de soltar esa prenda atada a su omega.

The Golden King and His Queen "One Eye"  Where stories live. Discover now