BAGDAD - Cap.7: Liturgia

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Pérez, así le llamaban sus amigos, era un chico bastante reservado con los demás, especialmente con las chicas. A lo largo de su infancia, nunca tuvo la oportunidad de entablar una conversación con la joven que tanto le gustaba. Siempre se quedaba embobado por sus ojos color miel y su pelo rubio como el trigo maduro. Aunque siendo aún un niño, Pérez notaba las marcas de golpes que ella tenía en los brazos y las piernas, lo cual lo intrigaba y preocupaba, pero eso nunca hizo que perdiera interés en ella. Con el tiempo, mientras crecían, Pérez reunió el valor para acercarse a ella. Sin embargo, se dio cuenta de que ella rara vez le prestaba atención, y sus intentos de entablar una conversación caían en oídos sordos. La distancia entre ellos solo parecía aumentar con el tiempo. Pero, un día, movido por la desesperación y la frustración, Pérez tomó una decisión impulsiva. La forzó a besarla, un acto que lo atormentaría más tarde con una profunda sensación de culpa. La joven, asustada y desamparada, decidió confiar en su hermano mayor y le contó lo que le había sucedido. Esta fue la chispa que desencadenó una serie de eventos que cambiarían sus vidas para siempre.

Pérez comenzó a salir de fiesta, aunque había veces en las que sus amigos no quería, no le importaba salir solo. Fue aquella vez, en la que se adentró en el mundo de las drogas. Pero no eran para él, era para poder conseguir a cada chica que le gustara. No era capaz de admitir que aquello era un acto psicópata y que lo llevaría a la cárcel, le preocupaba más saber a qué chica llevaría a la cama.

Pasaron los meses y nadie se alarmaba cada vez que veían en las discotecas a Pérez echar sustancias que harían quedar dormidas a sus víctimas. Fue entonces cuando después de varios meses encontró a la chica que le gustaba, ésta huía de sus manos sucias pero él no iba a dejarla que se fuera. Fue cuando la joven, sintió una inyección en uno de sus muslos. El dolor fue tan agudo que no pudo contener un grito, y su desesperación alertó a todos los presentes en la discoteca. Se comenta que a la chica se le cayó una pulsera que le regaló su madre de pequeña y Pérez consiguió quedarse con ella. Con suerte, el hombre pudo salirse con la suya y nadie pudo cogerlo.

—Un vodka con limón, por favor —gritó Catalina entre tanta música que había en el lugar.

La discoteca de Madrid estaba sumida en un ambiente cargado de humedad y sudor, un olor característico que se percibía en el aire. Catalina había vuelto a ese lugar por segunda vez, a pesar de los recuerdos oscuros que invadían su mente. Sabía que no podía permitirse perderse en pensamientos en ese momento, especialmente cuando había estado buscando a alguien durante toda la noche. Alguien a quien no podía dejar impune, alguien cuyo nombre pronunciar hacía que sus entrañas se retorcieran.

Pérez.

Era el nombre que la había llevado hasta ese lugar. Catalina lo avistó justo delante de ella, inmerso en la misma rutina que la había perseguido durante tanto tiempo. Intentaba convencer a una joven para llevarla a su cama, pero ella, con astucia, logró zafarse de sus garras. La expresión en el rostro de Pérez pasó de la lujuria al enfado, un patrón que Catalina conocía muy bien. No iba a permitir que eso sucediera de nuevo.

Decidió abordarlo.

—Hola.

Pérez quedó momentáneamente embobado cuando sus ojos se posaron en las facciones de Catalina. La belleza de ella era algo fuera de lo común, con sus ojos color miel y su cabello ondulado que parecía una cascada dorada. Era la envidia de cualquiera que la mirara. En ese momento, Pérez se dio cuenta de que estaba frente a una mujer que se destacaba entre la multitud.

Y se va a quemar, si sigue ahí
Las llamas van al cielo a morir

—Hola... ¿Te conozco? No te he visto antes por aquí —respondió Pérez, recuperando su compostura.

RehénWhere stories live. Discover now