DI MI NOMBRE - Cap.8: Éxtasis

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Arturo siempre era amante de los coches, por ello mismo desde muy pequeño ya sabía que quería ser de mayor. Sus padres no estaban muy de acuerdo con aquello, pero eso no le importó, los demás le consideraban una persona algo inmadura y poco responsable pero...

—Me cago en la puta—. Catalina, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos, maldijo en voz baja cuando el cuchillo se le escurrió de entre los dedos y cayó al suelo de Plaza España. Este lugar, normalmente abarrotado de gente en Madrid, estaba inusualmente tranquilo a esa hora, alrededor de las once de la noche.

Con una mezcla de suerte y agilidad, Catalina logró recuperar el utensilio que más tarde usaría para llevar a cabo sus siniestros propósitos, que implicaban torturar a Arturo. Metió ambas manos en los bolsillos de su chaqueta y continuó caminando como si nada hubiera ocurrido, aunque su corazón latía a un ritmo frenético. Las palpitaciones se aceleraban, pero no era precisamente por el miedo a lo que estaba a punto de hacer, ya que se había acostumbrado a los gritos de sus víctimas y al siniestro espectáculo del color carmesí que brotaba por cada poro de sus pieles. No, esta vez, su inquietud tenía una causa diferente.

De reojo, Catalina divisó a tres policías armados que se acercaban a ella con paso decidido. Había sido lo suficientemente astuta como para pasar desapercibida en el pasado, algo que estaba acostumbrada a hacer incluso en su vida universitaria, donde camuflaba su verdadera naturaleza entre compañeros y profesores. Sin embargo, la caída del cuchillo, ese desliz, la había dejado vulnerable frente a la ley y había hecho que sus defensas se resquebrajaran.

La tensión crecía con cada paso que los agentes daban hacia ella. Mientras se acercaban, Catalina maquinaba posibles explicaciones para su presencia en ese lugar. ¿Qué podría decirles si la interrogaban? ¿Podría engañarlos lo suficiente como para desviar su atención del cuchillo que llevaba consigo? Sus pensamientos eran una mezcla de temor, nerviosismo y una determinación inquebrantable, ya que no podía permitirse ser atrapada antes de llevar a cabo su oscuro plan.

Que las cosas
Que las cosas que me dices
Que las cosas que me dices
No salgan por esa puerta

Las miradas de los policías se fijaron en Catalina, y ella supo que debía actuar con calma y destreza para evitar que sus oscuros secretos se descubrieran. Cada movimiento y cada palabra serían cruciales para su supervivencia.

—Oye chica —habló uno de los policías que estaba más cerca de ella.

Catalina se giró hacia su dirección y suavizó su mirada, tratando de ocultar el profundo nerviosismo que la invadía.

—¿Sí, agente? —carraspeó y movió con cautela el cuchillo, que parecía dispuesto a traicionarla nuevamente. "Comprar cosas en la tienda de confianza no da mucha confianza", pensó. Tragó con fuerza, tratando de disimular el temblor de sus manos, que se escondían detrás de su espalda.

—¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? Es bastante tarde.

—Oh, bueno... Tengo que ir a un sitio.

—Ajá —dijo uno de los policías con un deje de desconfianza en su voz—. ¿Y a dónde te diriges?

—A casa de mi novio —mintió con una sonrisa—. Hemos quedado para cenar, ya vamos a cumplir cuatro años juntos, somos muy felices.

—Me alegro por ti —respondió uno de los policías con una sonrisa amigable.

—Gracias... Estoy a punto de irme, mi novio se preocupa si llego tarde y además tengo un hambre feroz, así que...

Fue entonces cuando, al darse la vuelta, el cuchillo volvió a resbalar de su mano, chocando de nuevo contra el suelo. En un instante de horror, el cuchillo, traicionero, volvió a deslizarse de los dedos de Catalina El sonido del impacto resonó en el aire nocturno, pareciendo rebotar en las altas paredes de los edificios circundantes, como un ominoso eco de la fatalidad que acechaba en ese momento.

RehénWhere stories live. Discover now