Vil I

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Nia yace en el suelo, exhausta física y mentalmente después de haber luchado contra todos sus reflejos deformados. Pedazos rotos de espejo están esparcidos a su alrededor, mientras la sangre oscura mancha el suelo como un macabro testimonio de la batalla que ha tenido lugar. Los latidos de su corazón retumban en sus oídos, mezclándose con los susurros inquietantes que parecen emanar de las sombras.

Le parece irreal, su idea era pasar un tiempo relajándose, pero en lugar de ello después de entrar en ese edificio se encontró con una especie de espectro con un espejo extraño, y cuando había pensado que lo venció con ayuda del hombre que parece ser el dueño de la mansión resulta que es incluso más perverso y le hizo enfrentarse a cientos de sus reflejos malignos.

De repente, el hombre misterioso emerge de entre las sombras, aplaudiendo lentamente mientras observa la escena con una sonrisa espeluznante en su rostro. Nia, agotada pero llena de rabia, levanta la mirada y por fin puede ver claramente su rostro.

El hombre misterioso es guapo de una manera extrañamente sombría y seductora, con ojos profundos y penetrantes que parecen contener un abismo de oscuridad. Su cabello oscuro y desordenado cae sobre su rostro perfectamente esculpido, y su sonrisa revela dientes blancos y afilados, como los de un depredador.

Con una mirada intensa, el hombre se acerca a Nia y sujeta su barbilla con suavidad pero firmeza. Ella lo insulta en su mente, sin atreverse a decirlo en voz alta sabiendo que es peligroso.

—¿Quién eres? ¿Por qué me haces esto? —pregunta Nia, su voz llena de indignación y dolor.

El hombre misterioso ríe, una risa fría y despiadada que resuena en la habitación.

—Oh, Nia, has olvidado tan rápidamente. ¿No recuerdas por qué le temes tanto a tu propio reflejo? —responde en un tono socarrón.

Un flashback inunda la mente de Nia, transportándola a su infancia. Se ve a sí misma como una niña pequeña, mirándose al espejo mientras está cubierta de sangre. El horror y el miedo se apoderan de ella mientras recuerda el momento de un terrible y violento acto causado por ella misma.

El hombre misterioso se acerca más a ella, acariciando suavemente su mejilla con su pulgar, mirándola con anhelo.

—Viniste a esta mansión buscando respuestas, Nia, incluso si fue de forma inconsciente. Y ahora, estás a punto de descubrir la verdad más oscura de todas. No podrás escapar de tu propio reflejo, porque es el reflejo de tu propia alma corrompida —susurra con una malicia inquietante.

Nia está sumida en la oscuridad y el miedo. Su mente se llena de preguntas sin respuesta, mientras el hombre misterioso la envuelve en un abrazo posesivo.

—Oh, es verdad, puedes llamarme Dubhán, aunque ese no es mi verdadero nombre, porque ese no puede ser pronunciado en ninguna lengua humana.

Nia sale de su aturdimiento cuando el hombre misterioso se presenta. La confusión y el miedo se mezclan en su mente mientras intenta asimilar todo lo que ha sucedido.

Sin embargo, cuando Dubhán besa su mano suavemente, Nia siente como si una chispa de lucidez la atravesara. Niega rotundamente la visión que él le ha mostrado de su alma corrompida y se niega a creer en la oscuridad que él dice que reside en su interior.

Dubhán, con una sonrisa enigmática, toma un espejo salido de la nada y se lo muestra a Nia. En la imagen reflejada, Nia se ve a sí misma de niña. Su corazón se aprieta al recordar aquellos días solitarios de su infancia. La niña Nia tenía un conejo al que amaba profundamente, su único compañero en un mundo hostil.

La imagen reflejada muestra a la niña Nia rodeada de los hijos e hijas de los vecinos, quienes la molestaban y se burlaban de ella sin motivo alguno. Pero ella lo soportaba, porque tenía a su conejo a su lado, dándole consuelo en medio de la crueldad.

Sin embargo, el reflejo de la niña Nia cambia repentinamente. La imagen muestra el momento en que sus agresores atrapan y asesinan a su conejo frente a ella, se burlan de su dolor, de su expresión de miseria y de las lágrimas que surgen. Una furia incontrolable se apodera de la niña, quien comienza a golpear y lastimar a aquellos que le han causado tanto dolor con sus puños, piedras o lo que está a su alcance. No sabe, no entiende por qué les causa tanto placer herirla, solo quiere devolverles un poco de lo que le han hecho.

Nia, horrorizada, ve cómo la niña disfruta de la violencia que ha infligido a los demás que han quedo en el suelo sin moverse. Con una calma perturbadora, la niña Nia entra a su hogar y se mira en el espejo de su habitación. La imagen reflejada muestra a la niña sonriendo, cubierta de sangre, revelando el deleite que ha encontrado en el sufrimiento ajeno.

La realidad golpea a Nia como un puñetazo en el estómago. La verdad de su pasado oscuro y la oscuridad que ha estado oculta en su interior se revela ante sus ojos. El terror y la confusión la invaden, mientras intenta comprender cómo ha sido capaz de albergar tanta maldad en su corazón.

Dubhán se acerca a Nia, su rostro sombrío y seductor se mantiene impasible. Con una voz suave pero cargada de una inquietante serenidad, dice:

—Ahora lo ves, Nia. La oscuridad siempre ha estado contigo, esperando el momento adecuado para liberarse. Tu miedo a tu propio reflejo es solo el comienzo de lo que está por venir, porque en el fondo sabes de lo que eres capaz, de lo cruel y despiadada que puedes llegar a ser.

Nia, luchando contra una mezcla de incredulidad y desesperación, se aleja de Dubhán, negándose a aceptar la verdad que ha sido revelada. Sabe que debe encontrar una manera de escapar de esta pesadilla, de liberarse de la sombra que amenaza con consumirla por completo.

 Sabe que debe encontrar una manera de escapar de esta pesadilla, de liberarse de la sombra que amenaza con consumirla por completo

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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locuraWhere stories live. Discover now