Manía

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Un hombre de 57 años se encuentra solo en su desolada casa, sumido en la penumbra que envuelve cada rincón. Su aspecto descuidado refleja su estado de ánimo turbulento: su cabello, desaliñado y salpicado de canas, cae desordenadamente sobre su rostro demacrado. La barba descuidada y desigual añade un toque de desesperanza a su apariencia.

Viste una camisa ajada y arrugada, de un tono grisáceo que ha perdido su brillo original. Sus pantalones, una vez oscuros y elegantes, ahora están desgastados y manchados de diversas sustancias desconocidas. Sus pies están enfundados en zapatillas desgastadas, cuyas suelas desprenden un crujido a cada paso que da.

A medida que la noche se cierne sobre él, el hombre siente una inquietud palpable. Sus emociones oscilan entre la agitación y la tristeza, como si estuviera atrapado en una tormenta emocional. La opresión en su pecho se intensifica, provocando un latido acelerado de su corazón que resuena en sus oídos, recordándole constantemente su soledad.

El temor se arraiga en su ser, pero no es un miedo común y corriente. Es una sensación de inquietud visceral, una angustia que se retuerce en su estómago y le eriza la piel. La oscuridad que lo rodea se convierte en su cómplice, ocultando amenazas imaginarias que se deslizan en las sombras. Cada ruido mínimo es magnificado por su mente, susurrando historias inquietantes que se entrelazan con sus pensamientos inestables.

—¿Quién está ahí? —murmura en voz baja, como si desafiara al silencio. Pero solo el eco de su voz inunda el espacio.

La soledad se cierne sobre él con una presencia opresiva, como si estuviera siendo observado por ojos invisibles. Su mente atrapada en un bucle de pensamientos sombríos, se pregunta si esas sombras que danzan en las paredes son producto de su trastorno bipolar o si, en realidad, hay algo más siniestro acechando en la oscuridad.

El hombre camina por la casa, con pasos temblorosos y cautelosos. Cada crujido del suelo bajo sus pies lo sumerge en un estado de alerta extrema. La paranoia se adentra en su mente, susurra acerca de conspiraciones y engaños, alimentando sus miedos y distorsionando su percepción de la realidad.

En la soledad de su hogar, se debate entre enfrentar sus temores o buscar refugio en la monotonía de su rutina aislada. Pero ninguna opción parece ofrecerle una salida de su pesadilla personal. La noche se alarga, y el hombre se encuentra atrapado en su propia mente tortuosa, sin saber si las sombras que lo rodean son reales o simples figuras que su mente le muestra.

El hombre recorre su casa con un frenesí desbordante. Su mente está llena de pensamientos acelerados, cada uno compitiendo por la atención mientras su cuerpo se mueve con una energía incontenible. Un estado de euforia lo envuelve, como si estuviera en la cima de una montaña rusa emocional.

Sus pasos rápidos y erráticos resuenan en el silencio de la casa, mientras su mirada inquieta se desplaza de un objeto a otro, sin poder concentrarse en ninguno. La agitación lo consume por dentro, su pecho arde con una intensidad que podría hacer explotar la calma aparente que lo rodea.

Las habitaciones de la casa se convierten en escenarios cambiantes de su mente en tormento. La sala de estar, normalmente acogedora, se transforma en un caos de ideas fragmentadas y objetos desordenados. El hombre agarra libros y los arroja al aire, como si quisiera liberar la carga que pesa sobre su mente.

—¡No puedo detenerme! —exclama en un tono de excitación y desesperación, mientras se aferra a la mesa del comedor, sintiendo la necesidad de sujetarse a algo tangible para mantenerse anclado en la realidad.

La euforia desenfrenada lo empuja a la cocina, donde abre y cierra armarios y cajones con una furia frenética, buscando algo que ni siquiera él puede definir.

La depresión acecha en las sombras de su frenesí maníaco, esperando su turno para envolverlo en un abrazo gélido. La euforia se desvanece gradualmente, reemplazada por una sensación de vacío abrumador. Su cuerpo se vuelve pesado, cada paso es una carga y sus pensamientos se desvanecen en un mar de tristeza indescriptible.

El hombre se detiene en el pasillo, sus hombros caídos y su mirada perdida en el infinito. El silencio de la casa se vuelve ensordecedor, como si el mundo entero estuviera enmudecido ante su tormento interno. La tristeza se arraiga en su pecho, asfixiando cualquier rastro de esperanza.

—¿Por qué no puedo encontrar la paz? —murmura con voz temblorosa, mientras una sola lágrima solitaria escapa de sus ojos cansados.

Su cuerpo se desploma contra la pared, su mente atrapada en una espiral descendente de autodestrucción emocional.

El hombre oscila entre los extremos de la locura, atrapado en un ciclo interminable de manía y depresión. Su hogar, una prisión que refleja su estado mental fragmentado, se convierte en el escenario de su tormento diario. Las paredes parecen susurrarle secretos oscuros y los objetos inertes lo observan con una mirada cargada de significado oculto. En ese rincón solitario, el hombre lucha desesperadamente por encontrar un equilibrio que parece inalcanzable.

 En ese rincón solitario, el hombre lucha desesperadamente por encontrar un equilibrio que parece inalcanzable

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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locuraWhere stories live. Discover now