2. Las primeras razones

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Pese a las dificultades, habían muchas razones para no terminar con mi vida tan rápido, y una de ellas era la amabilidad de la gente que me rodeaba y me mandaba siempre palabras de aliento

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Pese a las dificultades, habían muchas razones para no terminar con mi vida tan rápido, y una de ellas era la amabilidad de la gente que me rodeaba y me mandaba siempre palabras de aliento. 

El Dr. Henry Heich era una de esas personas que se esforzaban mucho por ser amable conmigo. Cada vez que iba a su consulta a tomar mis exámenes mensuales o mis recetas para las medicinas, él siempre estaba ahí con una mirada agradable y una voz relajada detrás del buró. Siempre insistía con la quimioterapia, ser cuidadoso con mi ambiente, el siempre alimentarme bien, no ser tan terco... e incluso habían momentos que él decidía acompañarme a la propia farmacia si me veía con muy mal aspecto.

Hoy, siendo uno de esos días tensos en los que estaba claro que Narciso no iba a mejorar su humor hasta que solucionara "el problema", decidí por mí mismo tras reflexionar y tomar la plantita para devolvérsela a Henry. Eso me ponía triste, porque quería ver si existía alguna planta que no se me muriera, pero sabiendo que era demasiado cara a lo mejor su valor sentimental podría herir los sentimientos del doctor.

Fue por ello que, sabiendo que ya se me estaban acabando algunas medicinas, decidí aprovechar el viaje al hospital para devolvérsela.

Cuando entré ahí estaba él, siempre leyendo algo en sus momentos relajados o cuando era a finales de la tarde, el final de su turno en realidad, y decidía quedarse un poco más para mantener la mente ocupada con sus cosas. Simplemente toqué a la puerta una vez le vi concentrado y él levantó la mirada, ofreciéndome una sonrisa amable.

—¿Vas a devolverme mis campanillas, Ébano? —preguntó, levantándose de su asiento y dejar los papeles encima de otro puñado a su derecha—. ¿Acaso necesitas que mejor te ofrezca una planta menos delicada?

—Oh, no —negué con la cabeza, adelantándome hasta él para tenderle la plantita—. Sólo viene a por los papeles de mis medicinas, y de paso no matar a la pobre planta antes de que sea demasiado tarde. Temo que eso hiera sus sentimientos, Doctor.

—Mi padre posee muchas plantas, Ébano, así que no pasa nada si esa planta termina un poco pocha. —Sus palabras siempre sonaban gentiles, al igual que esa costumbre de ir directo hacia el dispensador de agua y ofrecerme un vaso para que mi garganta siempre se mantuviera hidratada. Él mejor que nadie sabe lo que le pasa a mi cuerpo, cuánto se sufre, y cómo de doloroso es el aguante aunque siempre me esfuerce por parecer alegre—. Yo no soy mucho de plantas, ¿sabes? Pero sé por mi padre que las planas como "Lengua de suegra", los ficus o los lirios de paz son bastante fáciles de cuidar para los principiantes.

Es demasiado amable para este mundo, pensé, conforme dejaba la plantita en su escritorio y acepté el vaso de agua que me ofreció. 

La amabilidad no era mala, pero la gente tendía a malinterpretarla y dependiendo del tipo de persona, las reacciones eran diversas. Henry tenía una amabilidad genuina, era un hombre bueno y seguro de sí mismo pese a poseer retazos de taciturnidad; mientras que yo era amable pero débil. Los hombres débiles éramos considerados cargas y tontos, prescindibles, e incluso fáciles de engañar si éramos lo bastante ingenuos para dar más de lo que debería de ofrecer a los demás.

El arte de romper un corazón sin tocarloWhere stories live. Discover now