4. Los más intensos

44 11 2
                                    

De alguna manera, los seres humanos estábamos atados al tiempo —conteniéndonos y moldeándonos—, pero nunca queríamos comprender la importancia del mismo porque lo considerábamos un dolor de cabeza innecesario

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

De alguna manera, los seres humanos estábamos atados al tiempo —conteniéndonos y moldeándonos—, pero nunca queríamos comprender la importancia del mismo porque lo considerábamos un dolor de cabeza innecesario. Sin embargo, a veces el pasado era una buena forma de recordarnos que el "hoy" está en constante cambio debido al "mañana"; implacable, cíclico y diverso. Asimismo, el "ayer" jamás volvería a repetirse aunque intentaras repetir los mismos pasos.

Ese era uno de los mayores errores que obtenías cuando te enamorabas. El pensar que todo lo que habías cumplido, más adelante, sería recordado por tu pareja para que ambos os perdierais en ese tipo de recuerdos. 

El tiempo ordinario, cotidiano, el que los relojes de pared y pulsera se aseguraban de decirnos constantemente que todo minuto era importante y no queríamos verlo hasta que era demasiado tarde. ¿Existía algo más irónico que representarte por las dos agujas del reloj? Una moviéndose demasiado lento, mientras que la otro estaba en constante cambio.

Las emociones eran parecidas al movimiento y la reacción —o sensación experimentada— del reloj: algunas se aceleraban, otras lo enlentecían; de vez en cuando no parecían fluir correctamente, hasta el punto de desaparecer de verdad y preguntarte si algún día iba a volver. Todos suponían en sus vidas que eso no ocurría, que formaba parte de la ficción y en la vida real sólo era puntual e irrelevante. Del mismo modo que ver el atardecer borracho, o entrar al baño, o incluso lanzar una confesión a una persona en un momento muy concreto. 

Unos de los primeros sentimientos que experimenté cuando mi relación comenzaba a deteriorarse fue la amargura. Todo comenzó con esa emoción, el recordar que por un momento que a lo mejor no era lo bastante bueno para él ni aunque me esforzara hasta el extremo, dando lo mejor mí. Algunos recuerdos atados a ello, con el paso de los años se fueron transformando y deformando conforme mi mente iba tomando diferentes caminos. De hecho, a veces no tenía la seguridad de que muchos de esos momentos fueran reales, al menos los que sólo fueron breves.

No fue el anillo que lo detonó, y tampoco el hecho que Narciso se quedara demasiado tiempo en el trabajo.

No. Fue mi propia madre, justo cuando se enteró por otras personas que estaba saliendo con Narciso Olderg, un tipo de clase media-baja que se la pasaba perdiendo el tiempo con los niños del barrio y, cuando no, dibujando en hojas como si aspirara a ser un dibujante mediocre que viviría de subvenciones. No negaré que las palabras de mi madre dolieron más que una bofetada, especialmente porque nosotros no es que fuéramos ricos. 

—Ébano, tu madre siempre sabe más que cualquier otra persona —me cada vez que hacía algo en contra de sus deseos y pensamientos, ya que daba por hecho muchas cosas—. No estoy sorprendida de que te gusten los hombres, pero te aseguro que no vivirás con ese tipo más allá de los treinta. 

—Pero... madre —la mire con bastante descontento porque sin siquiera haber tratado con él en persona, ya estaba vaticinando malas noticias; y sólo porque no me atraían las mujeres—. A mí... me gusta mucho ese chico. Es divertido, sociable....

El arte de romper un corazón sin tocarloWhere stories live. Discover now