3. Los primeros intentos

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Narciso creía que el amor era algo que se conseguía con sexo de cualquier clase, independientemente de si era algo brusco o delicado, si habían besos y abrazos o agarres y mordidas, si sonaban nuestros nombre o sólo salían sonidos ininteligibles

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Narciso creía que el amor era algo que se conseguía con sexo de cualquier clase, independientemente de si era algo brusco o delicado, si habían besos y abrazos o agarres y mordidas, si sonaban nuestros nombre o sólo salían sonidos ininteligibles. Narciso cría mal, especialmente esa noche, haciendo que su intento de que lo perdonada por todo lo que había hecho obtuvo un efecto caótico y brumoso, alejándose de lo que debería de haber sido la experiencia.

Aunque después de terminar él se hubiera quedado dormido en segundos, yo pasé algunas horas despierto con lágrimas en los ojos, murmurando todo lo que pasaba en mi cabeza porque sabía que él no iba a escuchar nada por tener un sueño muy profundo. Le confesé el miedo de haberlo visto desquiciado sobre mí, el dolor de las muñecas, las punzadas del trasero, el asco de haber sido forzado, lo difícil que es demostrarle directamente que todo lo que estaba haciendo conmigo no iba a terminar bien. Hacía las preguntas erróneas, tomaba las decisiones egoístas, creía deliberadamente cosas sin fundamento en base a sus propios miedos personales.

Yo ya intuía cómo iba a acabar Narciso cuando yo ya no estuviera a su lado. Se daría cuenta demasiado tarde de todos sus errores, de sus sentimientos equivocados, de sus palabras incómodas, de las miradas aprehensivas, de la falsedad de mis sonrisas al ser la mayoría entrenadas para parecer siempre alegre, el hecho de ser voluble en un contexto trágico por no querer estudiar cada paso que daba... Narciso iba a sufrir mucho en el corazón, y yo ni siquiera le haría daño por una bofetada.

Mi sonrisa era más cruda que una espada bastarda, y el doble de afilada que una daga.


Cuando me despertó a primera hora de la mañana con un abrazo silencioso, supe que tuvo una pesadilla a la cual le habría afectado mucho mentalmente. Conmigo siempre tenía pesadillas cuando habían cosas mal en la relación. Llámalo casualidad o como quisieras, pero no fallaba ni una sola noche hasta que el problema se solucionaba o él se marchaba fuera de casa. 

Sería demasiado fácil echarme la culpa, aunque tampoco me importaba.

Tampoco importaba demasiado que, cuando me desperté unos quince minutos después para tomar mi medicación de la mañana, Narciso hubiera preparado la mesa alta del salón con varios platillos para el almuerzo. No es que no apreciara el esfuerzo y el gesto, pero no podías esperar que olvidara completamente lo que ocurrió ayer... o al menos lo que él fue haciendo desde hacía tiempo a mis espaldas. De hecho, la última vez que él hizo algo así para mí, fue alrededor de cinco años atrás.

Aun así, la charla en la mesa fue bastante breve. Tomaba la suficiente medicación para saber de antemano que mi estomago, desde hacía tiempo, ya estaba jodido. No tenía arreglo. Esa era una de las razones por las que no dejaba de adelgazar, y no podía decírselo porque él no parecía demasiado interesado en saber qué pasaba conmigo. Narciso se quedaba flotando en la parte superior del lago, esperando que el intento de hacer algo bonito por fin fue suficiente para que el contador de problemas volviera a cero. No iba a funcionar. Así no podían ir las cosas para nada, ni siquiera aunque te enfadaras por ello y patalearas como un niño.

El arte de romper un corazón sin tocarloWhere stories live. Discover now