2: Carta de odio

25 6 18
                                    


—Le estoy diciendo que los perros no comen petunias, viejo. —Repite, por quinta vez desde que salió de su casa. —Larry ni siquiera sale a la terraza, siempre está holgazaneando en la casa.

—Y yo le estoy diciendo, jovencita, que su perro se comió mis flores. —Amelie lo mira aburrida, su vecino puede llegar a ser muy irritante cuando se lo propone.

—Le compraré una nueva flor, con una maceta que convine con el resto de su jardín y todo. —Para esas alturas de la conversación, ella ya solo quiere irse lo más rápido posible. —¿Le parece?

—La estaré esperando. —Contesta él, a regañadientes, por fin dejándola en paz. —¡Y deja de colgar tu ropa interior en el balcón! Nadie quiere ver esos estampados de animales exóticos.

Amelie siente sus mejillas calientes, mira con indignación a su vecino, pero este ya se encuentra de espaldas regando las flores, tiene demasiadas, de todas las formas y colores, sin embargo, no puede concentrarse en el hermoso jardín, no cuando ahora sabe que todos sus vecinos han visto su ropa interior con estampados de medusas y dragones de mar. Resignada y sin nada que hacer, termina de salir, toma su bicicleta y se sube.

Ya ha pasado un año desde que abandonó su pequeña casa en Canadá, recogió todas sus cosas y compró el tiquete al primer vuelo que la aureolina le ofreció en ese momento, dando inicio a su búsqueda de inspiración en Irlanda. Galway es una ciudad encantadora, Amelie puede imaginarse a sí misma pasando el resto de su vida en ese lugar, aunque tal vez en un nuevo vecindario, lejos de su entrometido vecino.

Aun así, hay muchos lugares que desconoce por completo, es por eso que en el camino debe detenerse en mas de una ocasión para pedir indicaciones de como llegar a la estación de bomberos. Sus flojas y flácidas piernas protestan mientras pedalea con mas fuerza, todo el buen humor que tenía esa mañana esfumándose cuando nota que su destino se encuentra bastante alejado.

Tal vez, y solo tal vez, luego de dos días enteros siendo acosada por su hermano desde todas las redes sociales existentes, Amelie empezó a sentir un poco de remordimiento. Admite que no debió tratar tan mal a ese pobre bombero, y por eso a decidido tragarse su orgullo e ir a ofrecer unas disculpas, después de todo, fue gracias a él que pudo llegar sana y salva a su casa junto a Larry.

—Buenos días. —Saluda a un bombero que la recibe en la entrada, el hombre le sonríe de forma amable.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? —Amelie duda un segundo antes de contestar, se encuentra en una de las pequeñas oficinas al lado de la estación.

—Estoy buscando a alguien, un bombero. —Dice, y el hombre la mira con curiosidad, apartando la vista del computador que tiene en frente. —Es solo... no recuerdo su nombre. Hace dos días yo llamé a la estación por una emergencia y él fue.

—Oh. —Él sonríe. —¿Eres la chica que llamó porque su perro no quería moverse?

De repente se siente tonta, en ese momento no pensó en que la situación no era para tanto, Amelie de forma genuina estaba desesperada ese día, antes de hacer la llamada lloró un montón, y luego cuando ese hombre la trató como a una dramática, se sintió un poco mal. Por un momento, ella pensó que algo malo estaba sucediendo con Larry, y la sola idea de perder a su único compañero, es terrible.

—Sí, soy yo. —Admite con pena.

—Entonces al que buscas es a Elían. —Dice el hombre, acomodándose las gafas. —Él no está trabajando hoy, es su día de descanso. Cuando llegó estaba rojo de la rabia, no paraba de quejarse.

—Entiendo, muchas gracias entonces. —Es lo único que logra decir, ignorando el resto de información.

—De nada, linda.

El arte de pretenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora