4: El trato

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—¡Hilary, querida! Qué gusto me da escuchar tu hermosa voz, ¿qué tal estás? ¿Qué tal la familia? Escuché que-

—Amelie. —Aunque estén en distintos continentes, Amelie sabe que su representante en ese mismo instante debe estar sentada en su escritorio, al borde de un colapso por estrés. —Sé lo que intentas hacer, y no va a funcionar, ¡estoy a punto de sufrir un colapso por estrés!

—Lo sé...

—¿Entonces? ¿Tienes algo nuevo? —Dirige su mirada hacia la pila de cuadernos y lienzos que tiene en un rincón, todos en blanco, a excepción del que tiene la cara a medio pintar de Elían, el cual fue exiliado junto a la cama que Larry no utiliza en lo absoluto. —O estás sentada intentando tejer otro horrible gorro de orejas de gato.

—No estoy tejiendo nada. —Intenta no sonar tan ofendida como se siente, mano breando con el teléfono para poder alzar su nueva creación de lana. Larry se verá adorable con orejas de gatito. —Y claro que tengo algo nuevo, es asombroso.

—Estás mintiéndome de nuevo. —Dice Hilary con voz lastimera desde la otra línea. —Amelie...

—Estoy haciendo mi mayor esfuerzo, ¿de acuerdo? Si sigues presionándome, todo será más difícil.

—Sabes qué odio presionarte, pero los anfitriones necesitan una confirmación, ya solo faltan menos de tres meses para la exposición y ellos están entusiasmados con que participes.

—Hablé con ellos, les dije que lo haré, además, tres meses es bastante tiempo.

—Sabes que si no te sientes preparada para esto no tienes que hacerlo, sé que en un inicio yo fui la que te comprometió, pero puedo hablar con ellos, estoy segura de que lo entenderán y-

—Hilary, puedo hacerlo. —Amelie extiende su brazo hasta alcanzar la otra bola de lana que hay en la mesa, estrujándola con fuerza cuando escucha el suspiro que Hilary deja escapar. —Encontré algo de inspiración, hay alguien que llamó mi atención, solo necesito convencerlo.

—¿Segura?

—Confía en mí.

—Todos confiamos en ti, Amelie, la única que no lo hace, eres tú.

Uh, golpe bajo.

La llamada finaliza ahí, y a Amelie no le queda más remedio que iniciar de una vez por todas, deja de lado el enredo de lana que tiene sobre su regazo y mira a Larry, el cual ha estado pendiente en todo momento de sus movimientos, le devuelve la mirada.

—Haré algo increíble, Larry.

Así que se prepara. Toma una ducha, se coloca su overol para pintar, recoge su cabello en una cola alta y prepara sus herramientas, organiza sus pinceles, los nuevos óleos que compró junto a los lápices y colores, abre un nuevo lienzo y lo acomoda sobre el caballete, antes de iniciar se coloca sus audífonos, seleccionando su playlist especial para cuando quiere pintar.

Como cada vez en que no sabe qué pintar, esa voz que teme algún día poder olvidar le susurra: "Haz un paisaje". Y eso hace, incluso si nunca le han gustado los paisajes, decide hacerle caso a esa voz, ignorando el hecho de que ya es demasiado tarde para cumplir con esa petición, la persona que alguna vez le rogó por un paisaje ya no está para ver todos los que ha hecho desde su partida.

Intenta imaginar un campo de tulipanes, una granja, un cielo nublado, un cañón, un morro, algo que sea lo suficiente cautivador para que ella pueda recrearlo. Piensa en los cerezos, en las alas de las mariposas y las furiosas olas chocando entre sí, traza líneas irregulares en amarillo por todo el lienzo, solo para después cubrirlas con rojo, un rojo que se termina convirtiendo en marrón, y un marrón que se vuelve negro; entonces ya no hay paisaje alguno, solo un profundo vacío negro y sin vida, intenta arreglarlo salpicando azul y blanco.

El arte de pretenderWhere stories live. Discover now