3: Multifacético

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Esa noche, cuanto llega a la casa, pasa lo que temió que pasaría en cuando salió de la cafetería por la mañana con ese familiar hormigueo en las manos.

Pinta.

Pero no cualquier cosa, Amelie sabe que está metida en serios problemas cuando ya son alrededor de las tres de la mañana y ella ha estado al menos unas cinco horas perfeccionando el perfil de Elían, el cual se retrata de forma imperfecta en su lienzo, con una paleta de colores que varían entre el azul, blanco y morado.

Y no sabe qué es más preocupante, que no pueda sacarse el rostro del hombre de su cabeza, o que en ese momento se encuentre tan frustrada por el hecho de que su cuadro no está quedando como ella lo desea. En realidad, ante los ojos de cualquier otra persona, sabe que sería un cuadro digno de apreciar, pero para ella, Amelie Jansen, es una falta de respeto hacia la esencia de Elían.

Él no es una persona de su agrado, se mantiene en esa postura, incluso después de ese patético intento de disculpa que recibió. Pero no quita el hecho de que él es un hombre atractivo, con una belleza lo suficiente atrayente para captar su atención, tal vez ni siquiera es la gran cosa, pero sus expresiones, los matices de su rostro, sus ojos color miel y el profundo ceño fruncido que parece tatuado en su cara, extrañamente la han cautivado.

Sin embargo, no es tan fácil como verlo y luego ir a pintarlo, no.

Amelie necesita más, quiere poder transmitir en su obra todos aquellos sentimientos que ella está sintiendo, quiere que las personas lo vean y sean capaces de poder conocer la persona que es Elían, solo con verlo en una pintura, que se sienta familiar, real, una persona común que ha sido elegida por ella para convertirlo en una obra de arte.

No es la primera vez que algo así sucede, Amelie ha gastado millones pagándole a personas que termina contactando solo para retratarlos, muchos de sus cuadros son personas que ella ni siquiera conoce. El problema es que, esta vez, no es cualquier sujeto que le pareció bonito y ya, es Elían, el hombre que, aunque no lo conoce bien, sabe que preferiría cortarse una oreja a aceptar que ella lo pinte.

Es terrible.

Quizás es solo porque ya es de madrugada y ella no ha dormido en doce horas, porque se le ha acabado la pintura azul, o porque mañana es domingo y ella aún no ha comprado las flores para el altar, pero está tan agobiada, estresada, frustrada, sumergida en tantos sentimientos que no sabe cómo expulsar de su sistema. Al final termina acostada en su sofá, Larry parece bastante molesto de que ella haya invadido su lugar de descanso a esa hora, así que la deja sola en la sala, donde Amelie decide leer por millonésima vez su libro favorito: Espacio, tiempo y otros defectos.

Funciona para calmar su ansiedad por unas cuantas horas, duerme un poco, y cuando se levanta ya son pasadas las doce del mediodía. No quiere moverse, ni cumplir con sus responsabilidades como la adulta que se supone que es, su teléfono tiene tantas llamadas perdidas que el pobre aparato termina colapsando, y no le queda más opción que apagarlo. Sabe lo que se avecina, no será un día fácil.

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—Volveré por la noche. —Informa su jefa. La anciana le da un último vistazo a su alrededor, asegurándose de que todo esté en su lugar. —Elían, recuerda el ramo que encargó el señor Elliot.

—Lo tengo, claveles y anémonas. —Contesta, mientras riega las orquídeas con el atomizador. —Una extraña combinación.

—No juzgues los pedidos de los clientes, ¿de acuerdo? Las personas por lo usual compran las flores por su belleza, no por su significado.

—Haré lo que pueda.

—Harás lo que yo dije, y punto. —Con eso dicho, la señora Claire desaparece, dejándolo solo en la floristería, como cada domingo.

El arte de pretenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora