6: Mi primer incendio

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Al día siguiente, cuando logra pasar todas las fotos al computador, Amelie solo puede pensar en dos posibles razones por las cuales odia cada una de ellas: sus habilidades como fotógrafa han empeorado con el tiempo o Elían no es una persona fotogénica.

No hay otra explicación, las fotos son terribles, y Amelie es lo suficiente exigente consigo misma para obligarse a borrar todas y cada una de las fotos, ninguna sirve para nada más que fastidiarle la vida a Elían, lo cual no es que le disguste, pero tampoco es lo que está buscando.

Mira a su perro, como si el animalito fuese a darle la solución a todos sus problemas. En el transcurso del día, después de haberse decepcionado con sus fotos, Amelie ha hecho un esfuerzo por no salir corriendo a Elían. Se encuentra trabajando, se supone que ella se comprometió a no molestarlo durante sus horas laborales, pero es difícil para ella no caer en la desesperación, en especial cuando decide autotorturarse viendo el contenido de otros artistas en redes sociales.

Comparar su arte con el de otras personas es algo que hace tan a menudo que Amelie ya se ha familiarizado con el sentimiento de insuficiencia que eso le provoca.

—Necesito salir de aquí o voy a volverme loca —dice en voz alta, aun estando consciente de que nadie la está escuchando, ni siquiera Larry.

Se cambia con rapidez. Amelie siempre ha sido un poco vanidosa, le importa su apariencia, o al menos la mayor parte del tiempo; sin embargo, en días así, cuando siente que el bloqueo artístico le está consumiendo la vida más de lo habitual, lo último de lo que tiene ganas de hacer es arreglarse.

Así que, literalmente, sale como una loca.

Se cuelga la cámara al cuello, guarda dinero suficiente y sus llaves en el bolsillo de su pantalón chándal y sale de la casa, no sin antes despedirse de Larry, asegurándose de que tenga suficiente comida y agua.

Y así es como termina perdida en el centro de la ciudad. Galway es inmenso y a Amelie le falla el sentido de ubicación, o cualquier otra cosa que tenga que ver con supervivencia básica. Pero está acostumbrada a perderse, así que ya no le da tanta importancia, solo se dedica a recorrer las calles con tranquilidad, disfrutando del agradable clima y tomando algunas fotos a su alrededor para más tarde enviárselas a su hermano.

Por un momento se queda de pie, levanta la cámara, apuntando hacia un viejo edificio que se encuentra a unas cuantas calles de distancia. Es de un curioso color morado que resalta entre el azul del cielo, esa es la foto a la que más atención le ha dedicado, el resto solo han sido fotos sin mucho que destacar más allá de un recuerdo. Después de tomar la foto, se queda más tiempo allí, detallando cada imagen que ha capturado hasta el momento.

Amelie se detiene en una en específico, la que tomó justo antes de la del edificio, en la cual se ve una casa de dos pisos; pero, lo que llama su atención es la nube de humo que se extiende por el cielo, justo a un costado de la casa. Cuando alza la mirada, está a punto de retroceder sobre sus pasos cuando dos carros de bomberos pasan a toda velocidad en frente, levantando una capa de polvo que la hace toser.

Elían.

Sin pensarlo mucho, corre en dirección a donde se dirigen los carros de bomberos. No es difícil seguirles el rastro, desde la distancia puede escuchar las sirenas y entre más se acerca el tumulto de personas va aumentando.

—¿Dónde es? —Una señora pregunta.

—El convento de monjas —responde otra mujer.

Amelie continúa acercándose, o al menos hasta donde se le es posible, ya que cuando llega a las afueras del convento, las calles cercanas se encuentran cerradas en su totalidad, impidiendo el paso. Logra llegar hasta el borde de la cinta amarilla, donde la policía grita que se alejen, pero Amelie se ve incapaz de acatar la orden cuando ve a la distancia a Elían.

El arte de pretenderWhere stories live. Discover now