⁞ Capítulo 10: El Dios Brass y la Diosa Serina (II) ⁞

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Un par de horas más tarde, Marina abrió los párpados sorprendentemente activa

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Un par de horas más tarde, Marina abrió los párpados sorprendentemente activa. Le dolía bastante el cuello, pues descansar apoyada en una pared de roca no era la mejor manera de reponer energías. Sin embargo, salvo ese detalle, se notaba la mente despejada y el cuerpo menos dolorido.

—Buenos días —saludó Aidan.

Estaba lejos de ella, dentro del agua, sentado en un relieve a distancia suficiente para evitar que ella le viera de cintura para abajo. Su torso desnudo asomaba impregnando de cicatrices de guerra. Marina sintió que el rubor se apoderaba de sus mejillas y desvió la mirada incómoda. Casi podía percibir a la sonrisa pícara de Aidan disfrutando de aquello.

—Hola —dijo escueta.

—No voy ni a molestarme en hacer una broma. —Rio el otro—. Pero que sepas que no me he quitado los pantalones para no hacerte sentir incómoda. ¿Te encuentras mejor?

—Un poco —reconoció Marina ignorando el primer comentario.

—Me alegro porque durante tu siesta le he estado dando vueltas al asunto y sigo sin entender por qué no querías que te llevase a Sandolian con las sales de viaje. —Aidan jugaba con el agua mientras pensaba en voz alta—. ¿Te sientes con energías suficientes para resolver mis dudas?

Ella asintió y se llevó las rodillas al pecho para poder ocultar su barbilla en ellas. Acababa de darse cuenta de que su camisón blanco y de algodón dejaba a la vista más de lo que le hubiera gustado enseñar. Pensó que aquella era la situación más violenta que había compartido con Aidan hasta la fecha, y eso que una vez creyó que quería hacerla su cortesana.

—La reina dice que si me baño en las aguas de otro reino que no sea Pyros, la magia de Serina hará que la marca desaparezca.

—Pues que lo haga —soltó Aidan con indiferencia—. ¿No debería ser más importante tu salud que un condenado dibujo de un fénix?

—Eso pienso yo, pero es tu madre la que no me lo permite —dijo Marina haciendo seguidamente un mohín. Le estaba poniendo demasiado nerviosa verse tan expuesta y a solas con Aidan. Sentía vergüenza—. Tengo que llevar esta cicatriz si quiero seguir viviendo el Pyros.

—¿Por qué?

—¡Qué sé yo! Parece que quiere que esté conectada con el Dios Brass de alguna manera directa. No se fía de mí, se ve que jugarme la vida por Pyros a diario no es prueba suficiente de mi lealtad al reino...

Aidan soltó una carcajada cargada de ironía y dejó caer los brazos sobre el agua de manera escandalosa. Ella no se sorprendió, pues estaba más que acostumbrada a ver al príncipe actuar como un niño cuando algo no le gustaba.

—¿Y cuál era el plan maestro de mi querida progenitora? ¿Dejar que sufrieras en tu alcoba hasta...? —Se reprimió a tiempo de decir «nuestra boda».

Los Primordiales: Gotas de esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora