Capítulo 6 - Gena

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Abrí los ojos a primera hora de la mañana, movida por el sonido de las voces en la planta de abajo. Una risa en el exterior hizo vibrar mi cuerpo. Sonreí al reconocerla, no había sido un sueño. Jason había vuelto y estaba aquí conmigo, o al menos en la terraza con mis padres.

Estiré todas mis extremidades en la cama para informar a mi cuerpo de que nos íbamos a poner en marcha. Mi mano rozó algo rugoso en la almohada de al lado. Miré en esa dirección y me encontré con un dulce de crema sobre ella y una nota: «Te espero abajo para ir a dar un paseo, bollito».

Salí de la cama de un salto, sin dejar de reír ni de moverme inquieta por el piso. Me di cuenta de que estaba vestida con la ropa del día anterior y me pregunté cómo demonios había llegado a la cama. Entonces, recordé que él me había traído en brazos la noche anterior. Solté un gritito y me puse a sacar la ropa de la maleta como una loca.

Bikini blanco, pareo verde, sandalias y estaba lista para irme con el hombre que tantas noches se había colado en mis sueños.

Bajé las escaleras de dos en dos, sonriendo como una tonta. Atravesé el espacioso salón y crucé la cocina hasta llegar a la puerta que daba al jardín trasero de la casa. El sol ya iluminaba con fuerza toda la bahía de los Hampton. Salí y los encontré a los tres sentados en los sillones blancos de la zona chillout que papá se había empeñado en construir. Uno de sus pocos aciertos en la vida, la verdad.

Mamá reía de forma relajada y feliz, como hacía tiempo que no lo hacía y eso me alegró el corazón. Estaba claro que Jason había traído luz a nuestras oscuras vidas. Su sola presencia inspiraba seguridad y protección. Suspiré y di gracias a quien quiera que hubiese obrado la magia de traerlo de vuelta.

Como si hubiese escuchado mis pensamientos, levantó la vista hacia mí. La expresión de su rostro cambió por completo, se quedó pasmado. Yo diría que incluso abrió la boca con asombro, pero lo que más me agitó fue la forma en la que recorrió mi cuerpo con la mirada. Pude sentirla sobre mí al igual que si fuesen sus dedos acariciando mi piel. Me estremecí.

—Cariño, ya estás despierta —exclamó mi madre. Sonreí al verla venir hacia mí.

Gwendy Mayers, ahora von Bismark, era la mujer más hermosa que jamás haya visto. Conservaba una figura delgada, de piernas largas y andares elegantes. Mamá tenía los ojos marrones, al igual que yo, y el cabello rubio ondulado. Lo llevaba a la altura de los hombros, pero vi fotos suyas de juventud, donde lo llevaba más largo, y era preciosa. Siempre había sido una persona muy sonriente, afable y cariñosa, con una luz especial. Un brillo que Otto von Bismark se había encargado en apagar durante estos últimos años. Había hecho que abandonase su trabajo, que era lo que más amaba en la vida, después de mí: profesora de música en uno de los conservatorios más importantes de Nueva York. Lo odiaba por ello, como otras muchas actitudes y desprecios para con ella.

—¿Has dormido bien, cielo? —me preguntó en cuanto llegó a mi altura. Ambas nos fundimos en un cariñoso abrazo.

—Como hacía tiempo que no dormía, la verdad —contesté.

Mis ojos se fueron directos hacia una mancha oscura que asomaba en el brazo derecho de ella. Paseé la mano por encima y la miré desconcertada. Ella retiró el brazo, me sonrió y aseguró estar bien, pero no me lo creía. Dirigí mi mirada hacia mi padre, que permanecía sentado —más bien, repanchingado en todo su esplendor machista— en uno de los sofás.

—Cariño, tengamos la fiesta en paz, ¿de acuerdo? Estoy bien —repitió. Quise creerla, pero sabía que tan solo quería protegerme de una de las muchas reacciones fuera de tono de papá. Resoplé y asentí. Me dio un beso en la frente y bajamos las escaleras juntas.

Juego prohibidosWhere stories live. Discover now