Capítulo 25 - Jason

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Hacía una semana que habíamos regresado de pasar esos cuatro idílicos días en Boston y, aunque echaba de menos tenerla en mi cama al acostarme y al levantarme, lográbamos vernos todos los días.

Debía reconocer que esa adrenalina, de ser pillados, me ponía mucho. Robarnos besos en los ascensores o en cualquier esquina oscura donde ocultarnos para devorarnos las bocas, era de lo más excitante. Me sentía un adolescente con ella.

En una ocasión, me la llevé al cine a ver una de sus películas favoritas y acabé con su cabeza entre mis piernas, chupando con ansia y teniendo que correrme en silencio para no ser descubiertos por los pocos espectadores que compartían sala con nosotros.

Otro día, fuimos a un concierto de música y acabamos follando como dos locos desatados en los aseos de caballeros, mientras sonaban los acordes de las guitarras de fondo.

Gena era increíble, tan llena de vitalidad, siempre tan sonriente... feliz. A pesar de todos los infortunios que le había dado la vida, mostraba una felicidad contagiosa. Me encantaba observarla después de acostarnos y ver la rojez de sus mejillas tras la actividad. Se la veía tan relajada..., plena y en paz.

* * * *

Era un lunes de primero de julio y el calor húmedo empezaba a ser ya una gran molestia. Sobre todo, cuando llevabas un traje, pero era mi ropa de trabajo, así que...

Esa tarde la tenía libre, por suerte para mí, y le envié un mensaje a Gena para vernos en mi apartamento de Nueva York. Lo tenía medio vacío, pero algunas cosas aún seguían allí, a la espera de la mudanza definitiva.

En cuanto llegué a casa, me quité la chaqueta y la corbata y las lancé sobre el sofá. Me desabroché la camisa y tiré para sacarla del interior de los pantalones. El timbre de la puerta sonó en ese instante. Sonreí, sabía que era ella.

—Oh, vaya. Qué buen recibimiento —pronunció tras abrir y verme con la camisa abierta del todo y los pantalones desabrochados.

—Es para ahorrar tiempo —bromeé.

Me hice a un lado para dejarla entrar y poder admirar su cuerpo delgado y fino. Llevaba unos shorts vaqueros y una camiseta de tirantes verde militar suelta. Me mordí el labio al fijarme en lo bien que le quedaban estos pantaloncitos cortos, le hacían un culo de lo más respingón y atrayente. Cerré la puerta, la cogí de la mano y tiré de ella hasta tenerla entre mis brazos.

—Te he echado de menos —murmuré contra su boca antes de apoderarme de ella.

Gena abrió los labios para dejar que nuestras lenguas se encontrasen y comenzasen a enredarse. Esos círculos que hacía con ella alrededor de la mía me volvían loco. Apoyó una mano en mis pectorales y protestó.

—Estás sudoroso.

—No es la primera vez —ronroneé.

—Tienes que darte una ducha.

—Solo si vienes conmigo. —Sonrió y se mordió el labio. Eso era un sí, así que me agaché y la cargué al hombro como si fuese un saco de patatas.

—¡Jason! —exclamó entre risas.

Caminé con ella sin dejar de protestar y exigirme que la bajase al suelo. Le di un manotazo en el trasero y gritó.

Ya en la habitación, nos desnudamos de forma apresurada y nos fuimos directos a la ducha. No era tan grande como la de Boston, pero teníamos el suficiente espacio para desatar la pasión. Bajo el chorro de agua tibia, follamos como dos locos hambrientos. Ya no usábamos condón y ¡Dios!, qué placer más grande era eso.

Gena salió de la ducha antes que yo, que me demoré un poco más. Era el lugar donde más pensaba las cosas y tomaba decisiones importantes en mi vida personal. Tal vez fuese una rareza mía o existía alguien más que lo hacía así, pero el agua, valga la redundancia, me aclaraba las cosas.

Juego prohibidosWhere stories live. Discover now