Capítulo 39 - Jason

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Mientras Gena pasaba la tarde con sus amigas, yo revisaba las noticias financieras en la Tablet, sentado en el sofá de casa y degustando un delicioso whisky escocés que me había regalado el dueño de la editorial a la que habíamos salvado de quebrar hacía unas semanas.

Siempre me gustaba estar al día de todo, aunque tuviese un equipo que se encargase de ello. El mercado se estaba moviendo de una forma que me resultó llamativa y quise darle un repaso, por si había alguna inversión jugosa que me pudiese encajar.

En el americano estaba todo como siempre, así que pasé a comprobar el internacional. Le di un trago a mi bebida y mi teléfono se iluminó sobre la mesa. Lo miré y vi un mensaje de ella.

Gena:

¿Me echas de menos?

Sonreí.

Jason:

Siempre, te extraño incluso cuando duermes a mi lado.

Gena:

Esta noche te voy a hacer soñar conmigo.

Jason:

Sueño contigo en todo momento. ¿Por qué te piensas que te hago todas esas cosas cuando estamos juntos? Porque me paso el día pensando en formas de hacerte gemir y volverte loca de placer.

Gena:

Joder, acabo de mojar las bragas.

Me carcajeé porque sabía que lo decía en serio. Adoraba esa naturalidad, esa frescura en ella.

Jason:

Diviértete y saluda a tus amigas.

Te amo, bollito.

Gena:

Te amo.

Dejé el móvil de nuevo sobre la mesa y proseguí con la investigación. El timbre de la puerta sonó con fuerza y, del susto, derramé el whisky sobre la camiseta. Me levanté y fui a abrir, maldiciendo por el camino. Unos golpes en la madera, seguidos de una voz femenina que me urgía a que le abriese, me hicieron resoplar.

—Valery, no vivo pegado a la puerta. Aprende a esperar unos minutos...

—¿Has visto las noticias de la BBC? —preguntó sin más. Me fijé, entonces, en su cara. Estaba pálida y jadeaba. Había venido corriendo.

—No, ¿por qué?

Entró como una exhalación y se fue directa al salón. Cogió el mando de la tele, la encendió y buscó el canal del noticiario internacional.

—Mira —señaló a la pantalla.

Desvié la mirada. Una periodista joven, de cabellos rubios y ondulados, sujetaba el micrófono con una mano y con la otra un cuaderno de notas. Era de noche y de fondo se veía a un equipo de guardacostas sacando una camilla sobre la que había una bolsa blanca. Un cadáver.

Valery subió el volumen para escuchar mejor. En la parte de debajo de la imagen, pude leer el titular de la noticia:

«El cadáver de una mujer, de nacionalidad americana, apareció flotando a orillas del río Huangpu, cerca de la terminal de cruceros internacional del puerto de Shanghái.»

El corazón me dio un vuelco en el pecho y algo se me anudó en la boca del estómago. No dejaba de pasear mis ojos de la tele a mi amiga, que escuchaba con atención.

—La mujer, de cuarenta y dos años, y de nombre Melinda Deveroux, trabajaba para la prestigiosa empresa del conocido Xi Yuang Pin. Se desconocen las causas, pero todo apunta a un suicidio —comentó la periodista.

—Mel jamás se suicidaría —apostillé y hasta yo mismo me sorprendí por decir algo en su favor.

—Hablé con uno de los comerciales de la empresa y me dijeron que la habían despedido por prácticas un tanto escandalosas —dijo Valery. La miré intrigado—. Tú no fuiste el único al que sedujo con sus malas artes, Jason.

—Eso ya lo sé, pero...

—Por lo visto, y según me han podido contar, embaucó al hijo mayor de Xi Yuang y lo hizo perder la cabeza. —La sangre se me heló por completo. Desvié la mirada hacia la tele mientras Valery siguió hablando: —Todos conocemos de los lazos familiares que tienen en esa familia con la Tríada. No me extrañaría nada que la ayudasen a saltar del puente —dijo.

Muerta, la mujer que me sedujo y me llevó a una oscuridad de la que casi no logro salir, estaba muerta. Un remolino de emociones se agolparon en mi interior. Debería de sentirme liberado por fin, pero no pretendía que fuese de esa forma.

—Esa perra obtuvo su merecido, jodió a quien no debía. —Fue Valery la que habló por los dos y tuve que reírme ante su sinceridad.

—La sutileza no es lo tuyo, amiga —dije.

—Mira, sé que no está bien alegrarse de las desgracias de los demás, pero esa zorra se ha llevado su merecido. Y no solo por todo lo que te hizo a ti, sino porque se lo hizo a más gente. Era una puta proxeneta y de las malvadas. El mundo funcionará mejor sin ella —afirmó. Apagó la tele y me miró—. Abre una botella del mejor vino o licor que tengas, vamos a celebrarlo —me ordenó.

Asentí y fui directo a por el whisky que estaba bebiendo. Saqué otro vaso y le serví dos dedos de ese licor ambarino tan delicioso. Rellené el mío y los chocamos.

—Por la libertad —brindó.

—Porel futuro —dije yo.

Juego prohibidosWhere stories live. Discover now