Capítulo 11 - Gena

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Jason no quiso decirme a dónde nos dirigíamos, tan solo sonreía divertido cada vez que yo insistía en averiguarlo. Condujo por las calles de Nueva York de la misma forma de siempre: con seguridad. Me encantaba observarlo, sobre todo porque, cada vez que cambiaba de marchas, los músculos del brazo se endurecían y se marcaban bajo la tela de la camisa.

Iba vestido con su clásico traje azul marino oscuro y una camisa blanca con los tres primeros botones abiertos, que le daban un aire de lo más sexy. Era demasiado guapo, tanto que hacía daño a la vista. Al menos, para mis hormonas de adolescente. Suspiré y miré hacia la carretera.

Reconocí dónde estábamos en cuanto giró a la derecha en una calle. Frente a nosotros estaba el World Trade Center, por lo que deduje que eso era el Distrito Financiero. Me ladeé en el asiento y pregunté:

—¿Me has traído a tu oficina?

—No —contestó sin más.

Nos metimos en un aparcamiento subterráneo a un par de manzanas más allá y dejamos el coche en la quinta planta. Tomamos el ascensor hasta la salida y, ya en la calle, nos dirigimos hacia el norte.

—Me tienes muy intrigada —dije, mientras me ajustaba la cazadora.

Jason me pasó el brazo por encima del hombro y me atrajo hacia él para darme un beso en la sien.

—Te gustará, ya lo verás —me aseguró.

—Más te vale o te tiro al Hudson.

—¿Cuándo te he mentido yo, bollito? —murmuró contra mi cabeza.

—Mmm, déjame pensar... Cuando me aseguraste, con siete años, que el ratoncito Pérez vendría a dejarme un dólar bajo la almohada y al día siguiente, ni había diente ni dinero. —Llevé mi mano hacia la suya y entrelazamos nuestros dedos, como si de una pareja de enamorados se tratase. Esa complicidad entre nosotros me encantaba. Pero nos soltamos cuando Jason empezó a hacerme cosquillas, a pesar de mis constantes gritos de protesta para que se detuviera.

—Es aquí —dijo. Me giré entre sus brazos y vi un local de madera con un letrero que decía: «Dallas Country Pub».

—¿Me has traído a un bar tejano? —pregunté intrigada.

Jason se acercó a mí, metió la cabeza entre mi pelo y susurró:

—Hoy hay música en directo y sé lo mucho que te gusta el country. —Esa forma de hablarme al oído me estremecía y noté cómo mi humedad empujaba por asomar. Apreté las piernas y ladeé la cabeza para mirarlo. Él sonrió y me dio un fugaz beso en la punta de la nariz antes de soltarse de mí y abrir la puerta—. Las damas primero —dijo.

—Bobo —me burlé al ver el gesto teatral que hizo.

—Pero te encanta —contestó cuando pasé de delante de él.

«Si tú supieras qué es lo que me encanta de ti, padrino... Todo, me gusta todo», pensé,

Nada más entrar, me quedé maravillada. En cuanto crucé el umbral, fue como viajar hasta el rincón más profundo del estado de Texas. Ante mis ojos se abría un amplio local revestido de madera en su totalidad y con una pista central donde ya se veían varios grupos y parejas bailando.

Alrededor, mesas altas con varios taburetes y tras esa línea, y junto al amplio ventanal con vistas al Hudson, las mesas normales donde había gente degustando diferentes platos de comida típica tejana.

Las manos de Jason se posaron en mis caderas, haciendo que un repentino calor recorriera todo mi cuerpo. Se pegó a mí y dijo:

—¿Te gusta?

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