1- El concurso

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El reloj marcaba las 9:07 a.m. cuando Raquel, con el aliento entrecortado y la melena alborotada por la prisa, cruzó la puerta de la oficina. Su vida era un constante ir y venir, y la puntualidad nunca había sido su fuerte. Raquel era una mujer de carácter fuerte, independiente y tremendamente liberal. Nunca había tenido pareja y, sinceramente, no la necesitaba. Los hombres, en su opinión, eran solo buenos para una cosa: placer esporádico y sin compromiso.

Había visitado a innumerables psicólogos, todos coincidían en el diagnóstico: bloqueo emocional. Pero Raquel lo tenía claro, ella no estaba bloqueada emocionalmente. Si los hombres eran unos egocéntricos y no valían la pena, no era su problema.

Esa mañana, como de costumbre, salió tarde de casa y tuvo que pedir un taxi. El conductor, un hombre de mediana edad con una barba descuidada, no tardó en recibir la furia de Raquel cuando intentó entablar conversación.

—¿Puede ir más rápido? Llego tarde —espetó Raquel, mirando su reloj impacientemente.

—Tranquila, señorita. Llegaremos en un momento —respondió el taxista con calma, aunque algo sorprendido por la actitud de su pasajera.

Raquel resopló y se cruzó de brazos, decidida a no dirigirle la palabra al conductor por el simple hecho de ser hombre.

Al llegar al trabajo, Raquel entró al despacho con paso firme y decidido, intentando ignorar las miradas que sentía clavadas en su espalda. Sabía que tenía una presencia imponente, y su atuendo de ese día, una faldilla de tubo que resaltaba sus curvas, no hacía más que acentuarlo. Sin embargo, estaba acostumbrada a ser el centro de atención, aunque no siempre de la manera que le gustaría.

Mientras se dirigía a su puesto, notó cómo algunos de los hombres de la plantilla se giraban para mirarla. Rodó los ojos, fastidiada. "Genial, otra vez lo mismo", pensó. Sabía que solo había dos posibilidades sobre por qué la miraban de esa manera: o bien estaban admirando su figura, o habían escuchado los rumores sobre su fama en la oficina y querían tener material para criticarla con sus amigos en la hora de comer.

"No les des el gusto", se dijo a sí misma, intentando mantener la cabeza alta.

Durante los tres años que Raquel llevaba trabajando en la empresa, había logrado forjarse una reputación bastante singular. Su personalidad fuerte e independiente, sumada a su falta de interés en socializar con sus compañeros, había dado lugar a una serie de comentarios y rumores que circulaban por los pasillos de la oficina.

"Raquel es la persona menos amable del mundo", murmuraban algunos cuando pensaban que no podía escucharlos. "Se hace difícil hablar con ella", comentaban otros, refiriéndose a su tendencia a ser directa y, a veces, brusca en sus interacciones.

"¡Qué carácter tiene la muchacha!", exclamaban sorprendidos aquellos que se atrevían a cruzarse en su camino. Y aunque no faltaban quienes reconocían su belleza, también eran muchos los que añadían: "Es guapa, pero todo lo que tiene de guapa lo pierde cuando abre la boca..."

Las especulaciones sobre su vida personal tampoco se quedaban atrás. "No creo que jamás encuentre marido, con ese carácter que tiene", aseguraban algunos, como si el valor de una mujer se midiera por su capacidad para atraer a un hombre. "El pobre Mike lleva detrás de ella años, y ni siquiera le sonríe un poco...", comentaban compasivos, refiriéndose a un compañero de trabajo que había mostrado interés en Raquel, aunque nunca había recibido respuesta alguna de su parte.

Raquel era consciente de todos estos comentarios y, aunque prefería ignorarlos, no podía evitar que le afectaran en cierta medida. Sabía que su forma de ser no era del agrado de todos, pero tampoco estaba dispuesta a cambiar solo para encajar en las expectativas de los demás. Su independencia y su libertad eran lo más importante para ella, y no estaba dispuesta a sacrificarlas por nada ni por nadie.

Fingiendo un amor de NavidadWhere stories live. Discover now