2- El candidato

328 7 2
                                    


El amanecer se colaba por la ventana de la cocina, tiñendo de dorado la taza de café humeante que Raquel sostenía entre sus manos. Con los ojos entrecerrados y una mueca de concentración, repasaba la lista que había escrito la noche anterior. Solo había un punto, pero era tan complicado como encontrar una aguja en un pajar.

1- Encontrar novio falso que se preste para el experimento.

Ese ítem la hacía suspirar. No era que no le gustaran los hombres, es que simplemente no podía soportarlos... excepto a Luke. Luke, con su sonrisa que parecía sacada de un anuncio de pasta de dientes y su pelo rubio y rizado que le daba un aire de príncipe de cuento de hadas, era la excepción a su regla no escrita.

Hablando del rey de Roma, Luke había prometido llegar a tiempo para almorzar y, como era su costumbre, ya iba quince minutos tarde. Luke Davies, impuntual hasta la médula, pensó Raquel con una sonrisa resignada.

El timbre sonó, cortando el hilo de sus pensamientos. Raquel dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco y se dirigió a la puerta. Al abrir, allí estaba él: Luke, con ese aire despistado que lo caracterizaba y una sonrisa que le iluminaba el rostro.

—¿Sabes que el concepto de puntualidad existe, verdad? —le reprochó Raquel, aunque el tono de su voz carecía de verdadera severidad.

—El chofer nunca llega tarde, Raquel. Siempre llega en el momento correcto —respondió Luke con una sonrisa pícara.

Era imposible enfadarse con él. Luke había sido su amigo desde la universidad, el único hombre que había logrado traspasar las murallas que Raquel había construido alrededor de su corazón. Hubo un año, el año en que se conocieron, en que Luke había terminado con su ex y Raquel había creído ver un brillo especial en sus ojos cuando la miraba. Un brillo que sugería que, tal vez, él sentía algo más por ella.

Pero Raquel era, como ella misma se describía, "terriblemente esquiva" y una candidata firme al "Top 10 de peores parejas". Así que hizo lo impensable para asegurarse de que ese brillo en los ojos de Luke se apagara: se convirtió en la versión más desagradable de sí misma.

Desde pedos y eructos hasta la última cosa menos femenina que se le pasó por la mente, Raquel hizo todo lo posible por desalentar cualquier interés romántico. Y, de alguna manera, funcionó.

Ahora, más de cinco años después, eran inseparables. Como le gustaba decir a su madre, eran uña y carne, aunque no se parecían en nada. Bueno, en casi nada, porque ambos compartían una peculiaridad: una peca justo en el mismo lugar de la nariz. Esa curiosa coincidencia había sido el inicio de su amistad. La maldita peca en la nariz.

—El chofer nunca llega tarde. Siempre llega en el momento correcto —dijo él, con un tono que rozaba lo teatral.

—Para de robar frases de Harry Potter y usarlas como te de la gana —replicó Raquel, aunque la esquina de sus labios traicionaba una sonrisa.

—No puedo. Es un vicio —sus ojos sonrieron—. Eres un mago, Harry.

Raquel rodó los ojos y se dirigió a coger su chaqueta de la entrada. El fresco del exterior ya se colaba por la puerta entreabierta, recordándole que el otoño no perdonaba.

—¿A dónde llevo a la dama hoy, en mi limusina increíble? —preguntó Luke, entrando en el juego.

—Tu coche del 2007 parece más la carroza de Cenicienta después de las 12 que una limusina —bromeó Raquel, siguiéndole el paso hacia el exterior.

—No insultes a mi Jennifer —dijo él, fingiendo estar ofendido.

Raquel entrecerró los ojos, una sonrisa divertida jugando en sus labios.

Fingiendo un amor de NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora