2 | San Luis

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Carmine.

No espero desde la ventana, dentro de cuatro paredes, a que atraviesen el portón de la mansión. Tengo varias llamadas perdidas de Gianni y Rinaldi. Los mensajes que deja mi hermano uno tras otro son bastante fuertes. Estoy desafiando a Gianni; eso me va a costar perder mi valioso tiempo en una hora de sus gritos incesantes. Yo soy el novio, por eso mi presencia en el recibidor es la más importante de todas.

El resto de la familia está reunida en el salón, más tarde me les uniré. Pero como ya mencioné anticipadamente, no voy a quedarme sentado a esperarlos. El sol está quemando la parte posterior de mi cuerpo, pero no voy a buscar sombra dentro de la mansión. Quiero ver la impresión real en los ojos de mi prometida antes de que se coloque una máscara invisible cuando esté en presencia de los Acosta.

Necesito tener la perspectiva certera de con quien compartiré la cama el resto de mi vida.

¿Será otra niña malcriada?

El auto elegante, negro, con vidrios ahumados de Tomazo da vuelta en la cuadra, en dirección al portón principal. Yo me encuentro en una torre del muro, cerca de la reja que se abre un poco para dejar pasar a cuatro Soldati (guardianes y escoltas).

¿Una espía de su padre?

El chofer baja del auto para abrirle la puerta a la familia San Luis, y un soldado se suma para abrir la del otro lado: los primeros que bajan por el lado del chofer son Tomazo, su esposa, Telma de San Luis, y el primer hijo varón, Benedetto. Luego, por las otras puertas sale el más joven, Christos, y la primera hija de la pareja.

Tal vez me apuñale en el pecho en nuestra noche de bodas. Sería un giro dramático y pasional en la trama.

Paso la mirada por esos ojos hambrientos y curiosos. Ver a los que serán mis futuros cuñados comiéndose la aparente fortuna de mi familia con la mirada me dan ganas de bajar de este muro y patearles el culo de vuelta al útero de su madresita, cuya no deja de comentarle cosas a su marido en el oído. A juzgar por la expresión fisgona de mi elegante y esbelta suegrita, predigo que dejaré viuda a su hija cuando yo estire la pata por culpa de sus odiosos chismes e intrigas.

¿Podrá ser mi futura esposa otra cotilla clavada en mi culo?

Ruego a Dios y levanto mis manos al cielo con miles de plegarias por que no sea otra cizañera fastidiosa. Entre tanta lacra junta, me concentro en inspeccionar a Mirra San Luis apenas su persona capta mi campo visual.

O sólo es una chica tonta y sumisa.

Esto es lo que veo a simple vista: una mujer joven, tal vez menor de veinte años, muy delgada y baja estatura. Desde mi punto de vista, tal vez esté unos centímetros debajo de la altura promedio de lo que se puede considerar a una mujer alta. Se nota que apenas sale de su zona de confort, porque podrán colocar un pedazo de papel blanco en sobre su brazo y apenas se notaría la diferencia. Ese vestido azul cielo que hace juego con el de su madre la hace ver todavía más pálida, como piel de vampiro; podría ser la versión barata de Bella Swan. En Italia, el sol brilla mucho en esta época del año porque en pocas semanas comenzará el verano.

Parece que sí tendré a una esposa de adorno, pero eso será mejor que todas las teorías anteriores.

Ella no es curiosa, tiene la mirada fija en el suelo, perdida en su pequeño mundo. Lo más probable es que esté procesando el hecho de que pronto la forzarán a casarse con alguien como yo. ¿Y eso me hace querer empatizar con ella? En absoluto. Yo tampoco quiero esta boda, pero está por encima de mi poder esa decisión.

Siempre imaginé que, cuando me casara, sería con una mujer que conquistara mis instintos más dormidos. Esa mujer que visualicé no precisamente la denominaría como el amor de mi vida, pero sí alguien que apreciara tanto como para hacer funcionar un matrimonio que conviniese a ambas partes. Ahora, la hija del dolor de huevos dormirá a mi lado hasta que uno de nosotros dos se muera.

CARMINE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora