5 | Promettere

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Carmine.

Honestamente, no comprendo por qué Ariana ve como un inconveniente el que Mirra sepa más de tres idiomas y que incluso está aprendiendo alemán.

¿Qué es lo que realmente le preocupa de esto?

Su intuición nunca falla, cuando algo le molesta no descansa hasta destapar cada misterio y más si se trata de algo que la pueda poner en peligro a ella, su familia o a mí.

Ulises regresa poco después. Se sentó a nuestro lado en silencio, uno que no duró mucho tiempo.

—¿Por qué ustedes dos están sentados aquí y dejaron a la muchacha sola? —Hay una mueca de lástima en su semblante mientras mira un punto alejado a mi derecha.

No hay que ser un genio para saber que se trata de Mirra. Sigo su mirada para encontrar a mi prometida bebiendo una malteada mientras desliza con el dedo la pantalla de su celular, el cual yace sobre la mesa.

—No estará sola si vas y la acompañas un rato. —Por Ariana, me abstengo de poner los ojos en blanco. Sé que también la saca de sus casillas, pero sigue siendo su hermano.

Ulises me mira con extrañeza y pestañea varias veces, fingiendo incredulidad.

—Carmine, no creo que sea una buena idea —masculla Ariana para que solo la escuche yo.

—Discúlpeme, señor capo... ¿Pero qué no será su esposo?

Infeliz.

¿En serio creyó que no notaría su tonito socarrón?

O tal vez pensó que sería divertido ver mi reacción.

Tiene suerte de que su hermana esté sentada entre los dos, porque así sería más sencillo agarrarlo por la corbata y...

—¡Solo haz lo que te digo! —exclamo entre dientes, pero tampoco grito para que todos aquí me oigan.

Ulises se rinde, y sin hacer algún gesto que me resulte molesto, se dirige a la mesa y toma asiento frente a Mirra. Ellos se saludan, parece que se están presentando formalmente.

Como ahora todo está en orden, regreso mi vista a la única mujer que puede robarme el aliento.

Como ella, ninguna.

—Sea lo que sea que te esté molestando, sé que vas a resolverlo —musito sinceramente—. Y me tienes aquí para cualquier cosa.

Ella voltea la cabeza para verme a los ojos. Sus pupilas se dilatan, aumentando la oscuridad en esos marrones vivaces.

—¿Para cualquier cosa, señor capo?

Picardía. Con esa palabra describo la sonrisa que ladean esos jugosos labios del característico rojo que tanto le gusta, y sabe que me encanta también.

—Exacto —susurro, muy cerca de su rostro. Me vale una mierda que su hermano y mi prometida estén a tan solo unos metros de nosotros.

—¿Qué clase de cosas? —replica, mientras las yemas de mis dedos acarician la piel descubierta de sus rodillas.

Ahí es donde termina ese vestido negro formal, uno de tantos que tiene para todos los días en los que anda de turno; son formales, hasta las rodillas, pero el escote en cada uno varía tanto en la espalda como en el pecho. Algunos son con mangas, otros con tiras gruesas o cortas, y otros dejan sus hombros en libertad. Pero eso sí: todos marcan esas curvas que me tienen loco, hipnotizado hasta la médula.

Qué ganas de arrancarle ese vestido, y con este clima aún más.

Con el índice, tiro lentamente del dobladillo hacia atrás, queriendo explorar un poco y descubrir cuál de todas sus tangas trajo este día.

CARMINE ©Where stories live. Discover now