11 | Mi arrendo

16 2 0
                                    

Carmine.

Quedé en verme con Ariana esta noche. Son nuestras últimas horas juntos, y aunque ayer nos divertimos a lo grande, seguiremos con la fiesta en su departamento.

En estos momentos, solo estoy cuadrando unos detalles con el sastre que se encargó de hacer mi traje. Tengo los brazos extendidos y mis pies sobre el taburete mientras que el Horace hace los últimos ajustes necesarios. No tengo muchos, porque prefiero la comodidad antes que la formalidad. Y Gianni es más bajo que yo, no me podría prestar uno ni aunque quisiera, y tampoco me dan ganas de pedirle ese favor a alguno de mis primos.

Delante del espejo de cuerpo completo, indago en mis memorias, lo que hice, lo que siento y en cómo a partir de mañana mi vida cambiará.

Lo hiciste, Tomazo. Me tienes a tu merced.

Pero no me doblegaré ante ti.

Porque yo soy un príncipe, y tú, el consejero real.

¿Qué tienes de especial?

Aún hay dudas. No quiero hacer esto, es obvio. Pero mi reflexión va más allá de lo que me pueda ocurrir como peón de Tomazo San Luis, sino en cómo afectará la presencia de una mujer durante toda mi vida, aquella misma no ha querido verme en varios días.

¿Qué estará pasando por su cabeza?

Recuerdo la luz en su mirada cuando hablaba de algo que le gustaba muchísimo, el rubor en sus mejillas que era provocado por el calor del verano y cuando le hacía un cumplido, su cálida sonrisa. Sin embargo, también viene a mí el temor que le causé en esa primera cita, la ansiedad a flor de piel cuando la arrastré a lugares concurridos, así como la desilusión en sus ojos al acusarla de algo de lo que no era verdad.

Su abrazo fue reconfortante, yo estaba en un momento vulnerable porque no quería perder a Rafka y ella no tuvo el corazón para enviarlo al matadero. En cambio, yo quise deshacerme de ella en la primera oportunidad presentada.

Se la debo.

Mi conciencia no para de recriminarme por eso, porque si ella hubiera revelado que mi perro la atacó y quedó herida debido a ello, Rafka no seguiría conmigo.

Mierda.

¿Por qué justo hoy debo acordarme? Se siente que este es mi último día de libertad. Es persistente. Como si mis horas de vida fueran contadas.

Hay un vacío inmenso que me agobia, uno que ya no puedo ignorar.

—Ya está listo, señor. —Horace se endereza y coloca el hilo con la aguja sobre su mesa de trabajo.

Es un hombre mayor que ha servido como sastre de mi familia por más de una década. Migró a Italia con su familia desde Inglaterra hace ya casi veinte años; de ahí viene su educación impecable y acento elegante. Su esposa también era costurera, pero falleció hace unos años. Tiene hijos, sin embargo, cada quién siguió su propio camino. Horace ha vivido su vida y ahora solo se preocupa por lo básico para sobrevivir. Tiene todo cuanto pudo y quiso, así que solo le queda conformarse con hacer su trabajo.

—Hiciste un buen trabajo, Horace. —Mis cejas se levantan con impresión, contemplando el diseño en el espejo—. Muy original.

—Gracias, capo.

—¿No tiene corbata o moño? —cuestiono al darme cuenta de que falta ese pequeño detalle.

—No lo creí necesario. Además, sé que a usted no le gustan.

Asiento. Lo que menos quiero es estar acomodando el moño a cada rato y estresándome por ello.

—Si me lo permite, quisiera decirle algo.

CARMINE ©Where stories live. Discover now