|Capitulo 60|

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—. ¿Te arrepientes? —, cuestiono Manuel después de minutos en silencio, él la observaba desde el sofá y ella estaba sumida en un mar de pensamientos turbulentos, apoyada sobre la barra bebiendo un poco de tequila.

—. Si —, aquella respuesta fue mucho más de lo que Manuel alguna vez espero escuchar, me dolía escuchar aquello —. Manuel tenemos que hablar —, su voz no se acercaba ni a la sombra de lo que solía ser, simplemente estaba sería y reacia.

—. Te escucho —, ánimo con un ademán de sus manos, Lucero giró para mirarlo a los ojos, debía ver su reacción.

—. Manuel, ¿Crees que nuestro matrimonio tiene arreglo? —, soltó el aire contenido, de la nada la fuerza para decirle las cosas se había esfumado y solo había conseguido decirle aquello.

—. Claro que sí —, afirmó seguro —. Pero no comprendo a dónde quieres llegar con todo esto, ¿Ya no eres feliz conmigo? —, se levantó del sofá acercándose a una distancia prudente.

La voz y las palabras se atoraron en su garganta, ya no era feliz con él, era la costumbre quien la mantenía atada a ese matrimonio pero ya se estaba cansado.

Abrió sus labios para responder y como si el destino odiara sus decisiones abrieron la puerta, interrumpiendo sus palabras y el momento indicado de hablar con Manuel.

—. Señores —, disimulo Manuel su desagrado, eran inversionistas —. La sala es de ustedes —, tomo la mano de Lucero y salieron de allí en silencio.

—. Malditos ansianos —, murmuró enojada, Manuel no alcanzo a escuchar sus palabras —. Debo irme Manuel —, se soltó de su mano con brusquedad, huyendo de aquel lugar que cada segundo le parecía más pequeño, robándole el poco oxígeno y acercándola más a Manuel.

Sin darle tiempo a nada, corrio hasta llegar al parqueo y refugiarse en su auto.

Estaba viviendo en la pesadilla que siempre temió.

Condujo sin rumbo fijo, buscando un lugar poco frecuentado para beber y pensar o repensar sus decisiones.

Azotó la puerta con agresividad, entrando al lugar con diseño campestre y ambiente familiar.

Verifico la hora, daban casi las dos de la madrugada, seguro estaba solo.

Y como lo supuso estaba solo de niños, solo dos mesas estaba ocupadas por adultos más ebrios que ella.

—. ¿Qué puedo ofrecerle, señorita? —, un joven de unos veinticinco años se acercó con una sonrisa enorme.

—. ¿Tequila? —, le parecío tonto preguntarle eso, rio un poco —. Cosmopolita —, afirmó asintiendo con la cabeza, el joven tomo las botellas y la copa, preparado el cóctel frente a ella —. Gracias —, susurro al tener la copa entre su mano y elevarla en señal de brindis.

El joven asintió con una sonrisa, desapareciendo hacia el otro lado de la barra.

Bebió el silencio, observando todo a su alrededor.

El diseño le parecía caluroso y moderno, un estilo único en un diseño tan rústico.

Suspiro, sus ojos se cruzaron con una pareja que ocupaba una de las mesas.

Eran un grupo de cinco y al parecer solo ellos dos eran pareja, la pelinegra tenía su mano entrelazadas con la del chico y su cabeza estaba apoyada en su hombro.

Se vian felices, tal vez un chiste o una anécdota la hizo reír al punto de lagrimear y hacer que el chico limpiará esas lágrimas y sonriera mas al verla tan feliz.

Trago en seco, extrañaba la compañía de la rubia.

Estrelló su mano en la barra, haciendo aparecer por sexta vez al mismo chico.

—. Señorita, disculpe que me entrometa, pero no debería beber más, está sola y supongo que también maneja —, señalo las llaves sobre la barra, efectivamente eran sus llaves.

—. ¿Cómo te llamas? —, pregunto con la lengua algo enredada, el joven rio bajito, en ese estado se veía increíblemente tierna.

—. Edward —, respondió apoyando sus brazos en la barra por debajo de su pecho, acercándose sin acercase al rostro de la castaña.

—. Muy bien, Edward. Yo soy Lucero —, extendió su mano a lo que el joven la estrecho amablemente —. Verás que es muy bueno tu consejo, pero el agua no alivia las penas —, afirmó de forma filosófica —. De más un tequila —, dijo alargando cada palabra, causado gracia en el joven, ella sabía que hacía muy mal en combinar licores pero era lo que deseaba.

—. ¿Un tequila, está segura? —, pregunto alargando las palabras igual que ella, haciéndola reír sinceramente en lo que llevaba de noches.

—. Ujum —, asintió —. En un momentito vuelvo —, se levantó mareadose al instante, agarrándose torpemente del taburete tirandolo al suelo —. Lo siento —, se disculpo mirando el taburete, el joven rio.

—. Ven, no pasa nada —, salto la barra ágilmente, acomodando el taburete y ayudándola a mantenerse firme.

—. Gracias —, sonrió con las mejillas encendidas de vergüenza, camino lo más recta que sus pasos ebrios le permitían.

Se apoyo al lavabo observando su rostro sonrojado por el alcohol, abrió el grifo mojando sus mejillas y su cuello.

No perdería el control en ese lugar, salió del baño un poco más estable.

—. Salud —, tomo el tequila chupando inmediatamente el limón, arrugó su nariz saboreando la sal esparcida por sus labios —. ¿Te puedo contar algo? —, pregunto jugando con el limón en el borde de la copa, el joven asintió alejando la botella de tequila que Lucero casi agarra y la deja caer por accidente —. Dame más o no te cuento —, acusó frunciendo el ceño, acercando la copa hacia él. Le sirvio menos de un dedo, Lucero nego —. Eres tacaño —, una risita burlona escapó de los labios del joven.

—. Y tú estás muy ebria —, aseguro, Lucero nego abriendo los ojos exageradamente.

—. Estoy alegre que es muy distinto —, aseguro.

Y así, en ese estado termino contándole todo lo sucedido a Edward que la escuchaba atentamente negandole cada dos segundos tequila.

—. Deja de negarme el tequila —, se quejo tomando la botella de sus manos, alejándola de su alcance, bebió directamente de la boquilla —. Ahora sí, es mía —, sonrió victoriosa.

—. Está bien, es suya pero póngala acá —, le tomo la muñeca suavemente dejando la botella sobre la barra.

—. ¿Que opinas de lo que te conté? —, pregunto apoyando la barbilla sobre su brazo, viendo a Edward distorsionado y mucho más grande desde aquella posición.

—. Que estás enamorada de la rubia y no de él y si te atas a un matrimonio por costumbre es posible que pierdas todo tu brillo y por supuesto, el amor de tu vida —, afirmó, Lucero alzo sus cejas sorprendida.

—. Deberías estar de psicólogo, pero no —, nego frunciendo los labios —. Eres tacaño pero preparas muy buenos tragos —, el castaño rio —. Debo irme —, Edward recorrió todo el lugar observando que solo quedaban ellos dos.

—. ¿Te parece si te llevo yo? —, cuestiono ganándose una mirada pensativa de parte de Lucero.

Sin pensarlo le lanzó las llaves, que el destino tomara control de su camino.

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