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El señor Kim se presentó a la una de la tarde en punto. Cargaba con un portafolio y parecía contento.

—Yoongi. Puedes irte. —me sonrió.

Honestamente me sorprendió. Pero no hice mayor demostración.

—Nos vemos el lunes. —le dije tomando mis pocas cosas.

—Por supuesto. —se despidió de mi moviendo su mano.

Yo salí de ahí sin mirar atrás. No había visto a Seokjin en las últimas horas. Después de lo último que me dijo, me había quedado confundido. Los clientes no me dejaron perseguirlo y buscar por una explicación.

Peligroso. Peligroso había dicho.

¿Qué había querido decir con eso?

Era una librería, mi mayor expectativa era encontrarme entre montañas de libros, chocar contra los estantes o, en el peor de los casos, ser testigo de un intento de robo. ¿Qué más podía suceder?

De camino a mi casa no deje de pensar en ello. Imaginándome un sin fin de tonterías. Y si bien podría haberme inundado el resto del fin de semana con esas ideas.

Desistí.

Porque lo más lógico para mi, era que Seokjin simplemente no me quería ahí. Algo dentro suyo realmente deseaba despedirme. Quizás era el tema de vender el local, algo había escuchado cuando visitó la librería la primera vez que le vi.

Si Seokjin realmente pensaba en vender el local. Era más que obvio que yo solo agregaba problemas. ¿Estaría convenciendo a su padre? Si lo lograba, ¿el señor Kim me despediría? Solo me quedaba esperar. Necesitaba que su padre resistiera esas ideas un par de meses más.

Me encerré en mi habitación una vez que pise mi casa. Mis padres estarían visitando a algún amigo. Estaría solo el resto del día. Tenía un hermano, pero se había mudado cinco años atrás.

Así que éramos la casa y mi existencia.

La soledad y yo éramos excelentes compañeros.

No iba a mentir. Con 22 años esperaba que la vida fuera un poco diferente. Nada exuberante. Quizás rentando algún departamento en algún barrio lo suficientemente decente para no estar en constante preocupación por mi vida. Tal vez la idea de compañeros no era una locura. Menos renta, división de gastos y el anhelo de la independencia.

Pero nada de eso se veía cerca.

La situación no estaba como para pedirle manzanas a un naranjo.

La juventud que planteaban las series y películas estaba muy lejos de mi alcance. Seguía estudiando, necesitaba juntar para la matrícula de mi último semestre. Mis padres me apoyaban con lo que podían pero a veces simplemente no era suficiente.

Así es como había terminado en la librería. No era era raro que estudiantes tuvieran trabajos de medio tiempo durante el periodo escolar y mucho menos en vacaciones. Mi situación era una más entre miles.

Por supuesto, no era para nada sencillo obtener empleo; varios lugares rechazan a estudiantes, conscientes de que obviamente no permanecerían mucho tiempo y podrían renunciar en épocas de alta demanda. Nos descartaban a diestra y siniestra.

El señor Kim literalmente me había dado la oportunidad que necesitaba. Le expliqué como disponía solo de tres meses, que una vez que juntara el dinero para la matrícula y que las clases dieran inicio me tendría que ir. El había aceptado sin mucho problema.

Me había dicho que le vendría bien una mano, que le costaba tener personal por lo mismo de las actividades que se tenían que realizar, el cargar las cajas y el mover los estantes no era lo que se dice fácil. El acomodo de la bodega podía terminar siendo tedioso y según él, los jóvenes ya solo buscaban trabajos en locales llamativos y ruidosos donde pudieran grabar videos sin sentido.

La biblioteca del señor Kim Where stories live. Discover now