Capítulo 29

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Isabell

No sé si tan solo han pasado horas o días desde la última vez que me desmayé a causa de un fuerte golpe en mi sien, solo soy consciente de que me mantienen encadenada a las paredes como si fuera un animal salvaje. Cada que logro recuperar el conocimiento me esfuerzo por permanecer lo más despierta posible, lo cuál ha sido algo difícil desde que me inyectaron algún tipo de tranquilizante porque mordí con extremada fuerza el lóbulo de la oreja del señor de la gorra de beisbol, claro que después de eso los malnacidos que me inyectaron se llevaron una reprimenda por haberme dado esa mierda sin el aparente permiso de la persona con la máscara y yo un puñetazo que me hizo escupir un poco de sangre por mi atrevimiento.

Esa persona con la máscara tiene cierta influencia sobre los otros dos tipos de la estación de servicio, decir que le tienen miedo sería quedarme corta, pues cada que aparece en la habitación con su siniestra máscara que lo hace ver carente de emociones y su largo abrigo que no permite que se le vean ni los pies, los músculos de los otros dos sujetos parecen convertirse en gelatina porque, aunque lo intenten, no dejan de temblar con su presencia. Y cuando alguno hace algo que no es de su completo agrado suele salir de la habitación en completo silencio y dejar la puerta abierta en señal de que quiere que salgan, luego de eso lo único que se escucha son cosas quebrándose.

En fin, es todo un encanto de persona. Claramente, cero trastornado.

La pesada puerta de metal oxidado vuelve a abrirse y esta vez entra el que casi queda sin oreja, por cortesía mía. Aunque parezca ser el más fornido de todos, es en realidad el más descuidado. He notado que cada que llega su turno para entrar a la sala solo se encarga de arrojarme encima un valde con agua helada para espabilarme y estar despierta cuando su compañero llega a jugar con mi fortaleza, lo que no parece conformarle por la forma en la que aprieta la mandíbula cuando le piden que salga de la habitación.

Fuera de eso no he visto a nadie más aparte de esos tres desconocidos por lo que intuyo que solo son ellos los que se encuentran aquí, espero que no estén más personas rondando alrededor o eso podría complicar aún más las cosas.

Lamo mis labios resecos por la falta de hidratación, en todo el rato que llevo aquí se han abstenido de darme algo para ingerir, el estómago me duele por la falta de alimentos y la garganta me arde por la ausencia de líquidos.

—Vaya, ya empezaba a extrañarte. Siempre te vas en los mejores momentos —hablo mientras pongo un puchero de fingida pena.

El hombre solo me ignora con el ceño fruncido y va a la parte de atrás de la asquerosa colchoneta en la que me encuentro agachándose para tomar entre sus manos el grillete y luego de sacar un manojo de llaves de su bolsillo trasero utiliza la más pequeñas para soltar mi pie de lo que lo retiene.

La tentación de pegarle una patada entre las bolas, agarrar las llaves y salir corriendo es grande, creo que él lo piensa también y aprieta con fuerza el grillete que aún está en contacto con mi piel, provocando que este me duela por la fricción contra mi piel enrojecida.

Trato de liberar mi pie de su agarre, pero solo logro que retuerza mi extremidad.

—Mas te vale quedarte quietecita o tendrás que acostumbrarte a manquear por el resto de tus miserables días —me advierte mi locuaz anfitrión.

Aprieto los dientes y asiento en su dirección una sola vez para demostrarle que lo he entendido por lo que me suelta conforme.

Una vez estando ambos de pie me lleva fuera de la habitación por un pasillo apenas iluminado. No entra la luz natural por ningún lado, de hecho, no ventanas aquí.

Me agarra por el codo cuando debemos girar y me empuja hacia delante cuando me muestro reticente a avanzar.

Empiezo a creer que el sótano de la estación de servicios solo es una tapadera para un conjunto de pasadizos y redes subterráneas porque escuché fragmentos de una charla que mantenían mis secuestradores y uno de ellos decía que subiría a asegurarse que no entrara nadie a la tienda. Debo suponer que aún nos encontramos en las afueras de Plymouth, por una carretera desolada, lejos del puerto y del bullicio de la sociedad.

Tiro a ciegas © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora