EL ENCUENTRO CON LAS NINFAS PRISIONERAS

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Mientras Teodoro exploraba las entrañas del antiguo templo, su atención fue captada por una melancólica melodía acuática que lo llevó a un rincón olvidado. Allí, descubrió a tres ninfas, cuyos ropajes de agua resplandecían, prisioneras en un encierro de soledad y desesperanza.


Al contemplar la tristeza en los ojos de las ninfas, Teodoro decidió comprender su situación. La sangre de Poseidón que fluía en sus venas actuó como un puente entre el joven y las ninfas. En un instante, el lenguaje de las olas y corrientes se volvió claro para Teodoro, permitiéndole comprender las penas de las ninfas encarceladas.


Las ninfas, a través de esa conexión mágica, le revelaron que el agua del templo estaba desconectada de otras fuentes, un aislamiento que las mantenía prisioneras. Su vitalidad yace en la conexión con otros cuerpos de agua, y la ausencia de este vínculo las debilitaba.


Teodoro se embarcó en una tarea monumental. Se propuso cavar un túnel que conectara el vasto océano con el antiguo templo. Este ambicioso proyecto no solo restauraría la vital conexión de las ninfas con otras fuentes de agua, sino que también revitalizaría el santuario que estuvo en silencio durante tanto tiempo.


Mientras Teodoro se entregaba a la monumental tarea de cavar el túnel que uniría el océano con el antiguo templo, descubrió sorprendentes aspectos de sus propios poderes. En el silencio de la inmersión en las aguas, se dio cuenta de que no solo podía respirar bajo el agua, sino que, al concentrarse, lograba controlarla a su voluntad.


El agua, en respuesta a la conexión innata que compartía con Teodoro, danzaba a su alrededor como un reflejo de su voluntad. Burbujas de aire ascendían mientras él respiraba con facilidad en las profundidades marinas. Gotas de agua flotaban en el aire ante un gesto de su mano, revelando un dominio inesperado sobre el elemento que llenaba el túnel en construcción.


Este asombroso descubrimiento se llevó a cabo sin el acompañamiento de su madre, Medusa, quien permanecía ajena a los poderes que su hijo estaba desarrollando en las profundidades del templo. Los dioses del Olimpo tampoco estaban al tanto de semejante proyecto, ya que Teodoro, un ser que no podía ser visto por la mirada divina, trabajaba en la realización de su ambicioso proyecto.


Con cada palada de sus manos, con cada instante bajo las aguas que se volvían cada vez más familiares, Teodoro se convertía en el constructor de este túnel. Sus poderes acuáticos, ahora revelados y florecientes, añadían una capa adicional de complejidad a la historia en la que un joven con sangre divina se enfrentaba a un destino marcado por la conexión con el océano.

EL HIJO DE MEDUSAOnde histórias criam vida. Descubra agora