ENVENENAMIENTO

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El viaje de la noble pareja a través del bosque transcurría en relativa tranquilidad. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas, creando un tapiz de luz y sombra que danzaba sobre el camino. La bebé, envuelta en sueños plácidos, era la imagen de la serenidad. Sin embargo, la paz fue abruptamente interrumpida cuando una serpiente emergió silenciosamente de entre la maleza, fijando su atención en la pequeña.


La noble, instintivamente, se interpuso entre la criatura y la bebé. Un acto de valentía que sellaría su destino. La serpiente, impulsada por sus instintos, se abalanzó, y aunque la noble logró proteger a la bebé, no pudo evitar ser mordida. El veneno mortal se inyectó en sus venas, marcando un giro trágico en el idílico viaje.


Con la rapidez del desespero, el guardaespaldas, enfrentándose a la amenaza, exterminó a la serpiente. Pero la victoria llegó demasiado tarde. La noble yacía herida, la vida escapándose con cada latido. La ubicación de la mordedura imposibilitaba cortar selló el destino de la valiente protectora.


Con la conciencia clara de que llevarla a una ciudad o pueblo no sería lo correcto debido al tiempo que se tardaría en recorrer la distancia necesaria, el guardaespaldas tomó una decisión audaz. En la desesperación, decidió buscar ayuda en el único lugar que conocía que podría tener la capacidad de ayudar a su mujer el templo.


El guardaespaldas, cargando en sus brazos a la noble y a su hija, abandonó todo el equipaje sin titubear. La urgencia del momento eclipsaba cualquier posesión material. Con determinación y desesperación entrelazadas, comenzó a correr, llevando consigo un peso que trascendía lo físico. Cada paso resonaba en el bosque, una carrera contra el tiempo que se volvía más implacable con cada latido.


A pesar de las señales de fatiga que su cuerpo le enviaba, el guardaespaldas se negó a detenerse. La vida de la noble pendía de un hilo, y cada segundo contaba. El peso de su decisión, de enfrentar la realidad sin dilación, se manifestaba en cada zancada apresurada.


El bosque, testigo silencioso de la tragedia que se desenvolvía, veía al hombre correr con una tenacidad que desafiaba los límites de la resistencia humana. Cada suspiro era una plegaria muda, un ruego desesperado al destino. La bebé, ajena al caos que la rodeaba, dormía ajena en los brazos de su protector.


Con cada paso, el guardaespaldas se adentraba más en el territorio sombrío del bosque, buscando el camino hacia el templo olvidado. La penumbra se cernía sobre él, pero su determinación iluminaba un sendero de esperanza en medio de la desesperación.


El guardaespaldas, con sus fuerzas al límite, alcanzó la entrada exterior del templo olvidado. El agotamiento se apoderaba de él, pero la urgencia persistía. Su cuerpo, al borde del colapso, cedió ante el cansancio. No logró articular palabras ni pedir ayuda, finalmente se desmayo.


Mientras tanto, en la penumbra interior del templo, Teodoro había compartido con su madre lo sucedido durante la estadía de la familia. Medusa con curiosidad decidió salir a la parte exterior del templo. Observó la cámara lateral con expectación, sin imaginar que el destino la llevaría a presenciar la angustia que se avecinaba.


Fue en ese momento que Medusa, con ojos agudos, distinguió la figura agotada del guardaespaldas sosteniendo a la noble mujer. El corazón de la antigua sacerdotisa latió con una mezcla de sorpresa y compasión. Sin perder tiempo llamó a Teodoro.


Teodoro, alertado por el llamado de su madre, localizó a la familia y los llevó a la misma cámara lateral que había sido su refugio temporal. La noble, debilitada por el veneno, yacía allí, mientras el Teodoro y su madre la observaban.


Medusa, instintivamente, se preparaba para realizar un ritual curativo. Sin embargo, la realidad la golpeó cuando recordó que ya no era sacerdotisa. Ante la incertidumbre, una idea cruzó su mente: ¿y si Teodoro llevaba a cabo el ritual?


Guiado por su madre, Teodoro inició el ritual de curación. El poder que emanaba de él, un eco divino entre las sombras, comenzó a tejer sus hilos de sanación. La magia antigua, guiada por la voluntad de Teodoro, se desplegó sobre la noble mujer, desafiando el veneno que amenazaba con extinguir su vida.


El éxito del ritual dejó a atónita a Medusa, al presenciar la capacidad de su hijo para canalizar energías curativas, se encontró en una encrucijada. La pregunta flotaba en el aire: ¿Teodoro era un semidiós o un dios menor? La línea que separaba lo divino de lo humano se volvía más difusa en el templo olvidado, donde los secretos ancestrales se entrelazaban con la realidad presente.

EL HIJO DE MEDUSAWhere stories live. Discover now