NUEVOS INVITADOS

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Con una despedida llena de risas y promesas, la ninfa dejó el templo para explorar nuevamente las aguas del mundo exterior. Teodoro y Medusa, retornando a la monotonía de su rutina, volvieron a los roles que la mitología les había asignado.


Pasaron un par de años en el silencio del templo, donde las palabras eran reemplazadas por el murmullo ancestral de las piedras. Teodoro, en su posición de guardián, mantenía la vigilancia en la entrada, mientras Medusa realizaba las tareas rituales con la devoción de una sacerdotisa que aún sentía la llamada de la diosa Atenea.


El eco de la despedida de la ninfa perduraba, pero en el santuario olvidado, el tiempo avanzaba con la calma de un río antiguo. Teodoro y Medusa, inmersos en el fluir del eterno presente, no compartieron palabras durante esos años. El silencio, testigo de eras y ciclos, se erigía como el guardián más antiguo del templo.


La entrada del templo resonó con la presencia de nuevos intrusos. Una mujer noble, un hombre que fungía como su guardaespaldas y una bebé, fruto del amor prohibido entre ellos, se adentraron en el antiguo santuario. Sus pasos, llenos de determinación y también de un secreto inconfesable, resonaron en los pasillos que yacían entre las sombras.


La mujer noble, envuelta en lujosas telas que susurraban historias de linajes aristocráticos, llevaba consigo el peso de un amor que desafiaba las barreras sociales. El hombre, su leal protector, sostenía en sus brazos a la pequeña, la evidencia viva de un vínculo que, aunque puro, estaba manchado por la desaprobación de aquellos que gobernaban sus destinos.


La bebe, ajena al mundo que la rodeaba, dormía plácidamente, ajena a la tensión que su existencia había provocado en el exterior. En su inocencia, era el lazo que unía a la noble y al guardaespaldas, pero también la razón por la cual eran perseguidos y ahora se refugiaban en el templo antiguo.


Silenciosamente, Teodoro apareció en las puertas del templo olvidado, su figura serpentina emergiendo como un guardián inmutable. La nobleza de su presencia, acentuada por la quietud del santuario, creó una atmósfera de respeto. Con ojos penetrantes, Teodoro miró al guardaespaldas, quien se arrodilló ante la presencia del misterioso guardián.


—"¿Por qué debería permitirles entrar?" —inquirió Teodoro, su voz resonando como un susurro en el viento.


El guardaespaldas, sintiendo la presión de las armas que Teodoro portaba, reconoció la magnitud del ser que tenían frente a ellos. Con humildad y respeto, explicó que solo buscaban un lugar donde pudieran reponer sus energías y curar las heridas obtenidas en su viaje. La noble mujer, con la bebé en sus brazos, observaba con expectación, sus ojos reflejando la esperanza de encontrar un refugio temporal en el antiguo santuario.


Teodoro, con la mirada imperturbable de quien ha presenciado eras de historias, consideró las palabras del guardaespaldas. Las sombras del pasado se entrelazaron con las de este momento, creando una narrativa que solo el templo olvidado comprendía en su totalidad. La decisión pendía en el equilibrio entre la compasión y la vigilancia, entre el deber de proteger y la posibilidad de ofrecer refugio a aquellos que buscaban un respiro en el santuario antiguo.


Teodoro, con gran solemnidad, anunció al grupo que preguntaría a la persona que podía decidir si se les permitía quedarse. Les advirtió que no se movieran, como un guardián imponente marcando su territorio. Con la promesa de regresar, Teodoro se adentró en la penumbra del templo olvidado.


En el interior, la figura de Medusa, la antigua sacerdotisa transformada en la Gorgona, esperaba en su rincón de memorias y sombras. Teodoro se acercó con respeto y le planteó la situación, consultándola sobre el destino de los intrusos que yacían a las puertas del santuario.


—"Madre, ¿Qué debería hacer?" —preguntó Teodoro, sus ojos reflejando la incertidumbre.


Medusa, con la sabiduría de los tiempos inmemoriales, respondió con una mezcla de compasión y cautela. Les permitiría hospedarse en una de las cámaras laterales, les brindaría un refugio temporal. Sin embargo, advirtió con firmeza que la entrada al templo estaba prohibida para ellos. La nobleza de su mirada, aunque pétreamente inmutable, transmitía una advertencia resonante.


Teodoro asintió, aceptando las palabras de su madre. Regresó a las puertas del templo, donde los intrusos aguardaban con una mezcla de ansiedad y esperanza. La decisión estaba tomada, y el santuario antiguo se preparaba para acoger a aquellos que habían desafiado el destino impuesto por su estatus social.

EL HIJO DE MEDUSAWhere stories live. Discover now