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Megumi solía levantarse a las siete de la mañana para poder prepararse con tiempo. Hacía el desayuno, limpiaba y ordenaba su habitación, cambiaba las sábanas de su cama si era necesario, y se duchaba. Siempre se encontraba con Yuuji y Sukuna en el mismo semáforo e iban caminando juntos al instituto.

La mayor parte de veces, Toji desayunaba con él su simple café con leche acompañado de una tostada. No se miraban. Quizá se daban los buenos días en voz baja o con un gruñido y desayunaban en completo silencio, porque ambos tenían un humor terrible por las mañanas.

Llevaba lloviendo toda la noche y parecía que el amanecer había amainado el tiempo. Aún así, hacía frío y todo estaba lleno de charcos y barro. Aquella mañana, Megumi tomó la horrible decisión de quedarse unos minutos más en la cama, disfrutando del calor de las mantas.

Toji no hizo nada, porque la noche anterior habían tenido una pequeña discusión y no le apetecía hablar con el crío. Así que se quedó haciendo cuentas del dinero de ese mes en el salón, escuchando cómo su hijo maldecía y pateaba cosas de un lado a otro.

Finalmente, se levantó del sofá, pero no para ofrecerle llevarle en moto al instituto. Toji cogió una cosa que estaba guardando y se asomó a la habitación del chico, y se quedó viendo cómo Megumi rebuscaba en el fondo de los cajones de su armario.

—¿Buscabas esto? —interrumpió, agitando una prenda.

Megumi alzó la mirada hacia él, poniéndose rápidamente en pie al ver aquella chaqueta estilo jock estadounidense que su padre sostenía. Tragó saliva, evitando mirarle a la cara.

—Sí —musitó, agarrándola. Tiró un poco, la prenda se quedó en sus manos —. Me voy —dijo, precipitándose fuera de su habitación. Tenía su mochila en el recibidor, los zapatos listos.

—Megumi.

Hizo caso omiso y no se detuvo hasta que su padre lo agarró de la sudadera, obligándole a detenerse en mitad del pasillo. Se revolvió, quitándose sus manos de encima con una expresión frustrada, aún algo adormilada.

—¿Y ahora qué pasa? —se quejó. No era idiota, sabía que se había metido en problemas.

—¿No vas a explicarme por qué tienes una chaqueta que no es tuya? —Toji alzó una ceja, completamente serio —. Y que apesta a tabaco, por cierto, pero seguro que eso ya lo sabes.

Megumi apretó los labios. Llevaba la prenda doblada en su brazo. Era roja y blanca, de buena calidad, probablemente bastante cara.

—Llego tarde —se limitó a decir, intentando huir otra vez. De nuevo, una mano le agarró de la sudadera y lo detuvo. Se revolvió con fuerza, propinándole un manotazo a la muñeca de su padre —. ¡Déjame en paz, joder!

La luz del pasillo no estaba encendida y las sombras de la casa se precipitaban por ambos, derramando oscuridad por las paredes y el suelo. Un rayo de luz proveniente del salón era lo único que mantenía una penumbra sombría entre padre e hijo.

Megumi era un pequeño mocoso rebelde que había heredado el temperamento de su padre y los preciosos ojos de su madre. Toji se veía a sí mismo en él, y viceversa. Megumi reconocía los rasgos de su padre cada vez que se miraba en el espejo, con la excepción de que, quizá, tuviera un rostro más dulce, probablemente porque todavía era muy joven.

—Ya hemos tenido esta conversación —gruñó Toji, quitándole la mano de encima, pero manteniéndose lo suficientemente cerca como para intimidarle

—Entonces recordarás que me importa una mierda lo que pienses —respondió Megumi, alejándose un paso para no amedrentarse por el tamaño del hombre.

Balaclava || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora