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Descubrir y tirar de los hilos de los más complicados acertijos era lo más interesante de su trabajo.

Le pagaban un cuarto de su sueldo antes de que cumpliera con sus encargos, a modo de incentivo, y le daban el resto cuando terminaba. Satoru no compartía sus avances, porque sabía que la policía era lo suficientemente asquerosa como para quedárselos, despedirle e intentar continuar por su cuenta.

Otro tema completamente distinto era el dinero de los casos.

La policía ponía los fondos y él ponía su privilegiado cerebro. Le pagaban la gasolina que gastaba en los viajes entre su casa, en Shibaura, y Bunkyō; también las comidas allí. La cosa del dinero era que tenía que justificar su uso. Había mandado un presupuesto a los superiores, al principio del caso, para pedir una estimación de lo que se gastaría en la búsqueda de Toji Fushiguro y su maldito tesoro. En el caso de que necesitara algo más, sencillamente tenía que mandar una solicitud prometiendo que la investigación seguiría de forma más efectiva si le daban lo que pedían.

Así que, ahí estaba, pidiendo dinero al chico de los recados de uno de los superiores.

—Hace dos días que he mandado la petición, y no he recibido respuesta alguna —se quejó, sentado en el suelo de su salón —. ¿Acaso os pagan por mirar al techo?

—Gojō, hay más asuntos por resolver en la oficina...

—Primero no me llames así. Mi nombre es Satoru. Satoru, nada más. El resto se pone solamente en el papeleo —espetó, lanzando al otro lado de la estancia una pelota. Su gato fue corriendo tras ella —. Segundo. Este caso es importante, me lo repitieron hasta la saciedad. ¿Ya han olvidado que fueron ellos quienes vinieron a mí arrastrándose? —chasqueó la lengua —. Tenéis un día para darme lo que pido, o pondré todo lo que he recopilado en una puta trituradora, ¿me oyes? No entorpezcas mi trabajo con vuestra estúpida burocracia.

Acto seguido, colgó la llamada.

—Inservibles de mierda...

El odio era mutuo. Satoru era detestado en cualquier dependencia de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado —disfrutaba tanto de hacerles perder la cabeza—. Aunque lo consideraran un caprichoso hijo de puta, era tan inteligente que perderlo sería un error. Por otro lado, su odio iba mucho más allá del trabajo. Se gestaba en su niñez y llenaba su infancia de veneno.

Suspiró, mirándose las manos. No había sangre en ellas. Ningún recuerdo invadió su memoria de esa forma que había empezado a temer. Se levantó del suelo, escuchando cómo su mascota jugaba con la pelota.

El reloj daba las ocho de la noche. En un par de horas iría al bar de siempre. La noche anterior había ido deliberadamente antes que Toji, y se había ido justo cuando él entraba, rozándole el brazo al pasar por la puerta.

Se dirigió a su habitación para escoger la ropa.

En la habitación contigua estaba su despacho. Ahí guardaba toda la información, fotografías y observaciones sobre Toji y su querido hijo. Las mejores las guardaba bajo la piel. Cómo se sentían las yemas de sus dedos en sus bíceps, sus uñas en su espalda; los músculos moviéndose al inclinarse y morder su cuello.

Dios.

Necesitaba el dinero para la segunda parte de su plan. Aún estaba llevando a cabo la primera, que consistía en conocerle y hacerse familiar para él. No podía esperar a tener su boca cubriendo la suya, sus dedos en el pelo. Aún no llegaba a la parte en que entraba a su casa y la hacía su hogar, la parte en la que la registraba de arriba a abajo y encontraba su tesoro.

¿Y luego qué?

Dejaría que la policía hiciera lo que quisieran con la información. Tal vez decidieran arrestarlo. Quién sabía.

Balaclava || TojiSatoWhere stories live. Discover now