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Toji no había dicho ni dos palabras y las piernas de Satoru se habían abierto como si fueran las puertas de un supermercado.

No tenía otra excusa que no fuera la imperiosa necesidad de rebotar en su regazo, sujetándose de sus hombros mientras jadeaba con los labios húmedos de besos. La piel brillante de sudor, la ropa hecha ovillos de tela en el suelo. Mechones blanquecinos caían por su frente, desordenados, al tiempo que bajaba los dedos por su piel para apretar sus bíceps.

Y Toji simplemente estaba ahí, sentado en la cama, fumando un cigarro con una sonrisa insoportablemente perfecta y la espalda apoyada contra el cabecero.

—Hey, no te caigas —una nube de humo difuminó sus facciones un instante. Ojos verdes dieron un destello al tiempo que agarraba las muñecas de Satoru y le posicionaba las manos en su pecho.

Satoru clavó los dedos en aquellos pectorales, bajando por su polla con un largo jadeo. La noche caía por el cielo, oscurecía su conciencia mientras sentía el grosor de Toji en su interior, pulsando con fuerza, lubricante de fresa. Uf, fresa. Se tiró a su boca como si de un animal descontrolado se tratara.

Toji atrapó su labio con los dientes, dejando el cigarro en el cenicero. Murmuró un gemido ronco del que Satoru bebió hasta la última gota, delineando su figura con ansia, presionando en las zonas correctas. Bajando los dedos por su espalda, rodeando su cintura para atraerlo mientras subía en su polla y se dejaba caer con un gemido.

—¡A-ah!

Dando una vuelta por sus caderas, empujando la lengua en su boca. Satoru era todo arte cuando se ponía así de necesitado, como si no lo hubiera visto en días, semanas. Toji agarró su trasero y lo hizo subir y bajar por su polla con brusquedad, arrancándole sonidos desesperados.

—Por fin haces algo —se quejaba Satoru, haciendo un puchero —. Eres… ah…, ah…

Había estado mirando todo ese rato al albino preparándose para él. Todo un espectáculo, en especial la parte del baile. Joder. Satoru podía ser tan hipnótico, todo un misterio de seda y ropa cayendo al suelo, moviéndose en su regazo como una figura fantástica e inalcanzable que deseaba poder destrozar.

—Vamos, no todos los días puedo tener a una belleza como tú encima —alzó las cejas —. Ahora quédate quieto y pórtate bien, cielo.

Satoru no querría volver al lugar del que había caído. Su cuerpo fue manipulado con facilidad, casi gracia. Toji le dio la vuelta como si no pesara nada, y lo encerró bajo su cuerpo contra el colchón. Satoru suspiró, inhalando el aroma a hombre que emanaba del mayor, oculta tras una fachada de perfume y sudor, la combinación perfecta que aparecía en todos sus sueños.

Piernas largas rodearon la cintura de Toji. Manos fuertes se deslizaron por ellas, recorriendo la parte trasera de sus rodillas, la carne tersa de unos muslos ideales para explorar con la lengua. Tiró un poco de Satoru y le propinó una nalgada, inclinándose sobre él como si así pudiera reclamarlo.

¡Ah!

Justo así, capturando su boca, hundiéndose en él con una embestida que hizo golpear el cabecero contra la pared. Satoru tembló, sus piernas pegaron un respingo, profirió un quejido.

—Eres jodidamente hermoso —susurró Toji, bajando en besos por su mentón, haciendo de su cuello una pista de aterrizaje para saliva y dientes —. Si pudieras verte ahora mismo… tan bueno y bonito, apretándote para mí…

¿Por qué lo follaba como si siempre hubiera estado haciéndolo? ¿Por qué parecía pertenecer a él, sólo a él? Satoru se llevó los dedos a la boca y se los mordió. Toji se separó de él para tomarlo de la cintura y golpear su punto dulce con la fuerza de un hombre que no había tenido un buen descanso en décadas, volviéndolo loco con cada toque, fuego en las yemas de sus dedos.

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⏰ Última actualización: May 02 ⏰

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Balaclava || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora