Capítulo 4: Se intentó

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Elinette Collins.

Si el instituto tuviera una optativa llamada aprender a ser una aguafiestas no solo sería la mejor de su clase, sino que además podría dar lecciones a su maestra. Lo que hacía un minuto había llegado a ser un momento para olvidarse de toda la matanza que irrumpía en el exterior, ella lo había roto en pedazos. Y no era la única cosa que sabía romper. Día tras día, mi autoestima, mis ganas de venir a clase, mi querido espacio personal. Todo, cada día laboral, desperdiciado por una adolescente de rulos negros y chaqueta de cuero la cual su única ley de vida era fruncirme el ceño. Siempre había pensado en la razón. ¿Acaso era alérgica a mi mísera existencia? Por más vueltas que le diera, nunca llegué a una conclusión. Y sabía que estar encerrada con ella entre las mismas paredes solo lo complicaría todo.

Entró en clase resoplando, dirigiéndose hacia el centro y apartando a la gente para dedicarme una nueva mirada de las suyas cuando ni siquiera era yo la que estaba tocando la música.

—¿¡Que es todo este maldito ruido!? —gritó exasperadamente, fijando la mirada en mí.

La gente encontró un nuevo centro de atención. Edward respondió ante el acontecimiento.

—Eh... Solo estamos tocando música. ¿Nunca has visto a alguien tocar la batería? —respondió ausente de emoción sin saber la razón de su molestia.

—Tenéis que estar mal. ¡Muy mal! Todo el ruido que proviene de clase podría atraer a más de esas criaturas al instituto —gruñió y volvió a mirarme, la muy tozuda—.   ¿¡Sois tontos o que os pasa por la cabeza!?

Toda la clase quedó en completo silencio, ella parecía realmente enfadada. Quería añadir algo a la discusión, pero me aferré al silencio como los demás.

—Las puertas están selladas. Tampoco sabemos si en este estado pueden oírnos, no hace falta enloquecer tanto, mujer...

—Pensaba que eras más inteligente, Edward. Por la misma razón la cual no conocemos como funcionan sus sentidos, debemos evitar hacer algo que podría ocasionar un comportamiento extraño que pudiera afectarnos.

—No íbamos a tocar durante todo el día, solo tratábamos de desconectar un poco —Edward relajó un poco su expresión.

—Eso da igual, joder. Todos queremos desconectar de toda esta mierda, pero atraerla más hacia nosotros solo empeorará las cosas.

Por muy ruda que parecía ser... Elinette era muy inteligente. En clase y en todos lugares poseía argumentos lógicos y justos, si hubiera decidido ser más estudiosa seguro que hubiera llegado a ser una estrella en todas las asignaturas. Y por eso, aunque no lo decía en voz alta, estaba de acuerdo con ella en el noventa i nueve por ciento de las veces que hablaba con seriedad ante el público. Era una pena que su infame carácter siempre la llevara a ser su peor versión.

Al ver que nadie respondía, frunció el ceño y volvió a su estado habitual que tanto me sacaba de quicio, liberando ese uno por ciento que solía dedicarme.

—Además —prosiguió con otros aires—. Si la música al menos estuviera decente tendría un pase, pero he escuchado monos de feria tocar mejor.

Simplemente no podía evitarlo. La gente que nos rodeaba empezó a murmurar, yo entrecerré la vista por el disgusto y solté un suspiro.

—¿Perdón? —indagó Edward mirando a ambos lados sin saber a qué venía eso.

—La verdad, ni siquiera sabía que la tocabas. Nunca mostraste algo más de ti que no fueran tus bolsillos sobrecargados de pasta.

Mis compañeros que cada vez llenaban más la clase de canto a canto por saber a que venía todo ese murmullo, la vena de Edward empezó a dilatarse.

—No sé a que viene todo esto... Creo que ninguna vez he dicho algo que pudiera ofenderte.

Instituto para siempre ©Where stories live. Discover now