Capítulo 8: El vacío

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—Realmente lo hizo... —murmuró mi amiga.

Asentí decepcionada en forma de respuesta.

Teníamos que hablar bajito porque Edward se había quedado dormido en el mismo momento en el que cerramos la luz. Toda la escena que habíamos acabado de percibir nos dejó a todos hechos trizas, pero aun así, era imposible dormir cuando mis retinas aún seguían conservando la imagen del cuerpo de Sophie haciéndose uno con la tierra. Las gotas pegaban cada vez con más furia contra las ventanas, por eso, junto a Hikari, encendí una linterna y me incorporé encima de las mesas.

Ya de normal dormir en ellas era una experiencia no muy reconfortante (por no añadir incómoda), así que añadiéndole el suicidio de mi compañera, la tormenta y el simple echo de aún estar en un apocalipsis zombie sin mis padres...

—Si quieres que te diga la verdad —enfaticé retocando la linterna—. Desde el principio supe que alguien lo acabaría haciendo. Es algo que nadie debería tener el valor de soportar, y menos una persona como Sophie. Su debilidad mental siempre la había incitado a llevarse mal con todos nosotros, y si lo piensas un poco, te das cuenta de que solo lo hacía para protegerse.

Hikari hizo lo posible para entender lo que había dicho. No pudo disimular su expresión de confusión, y de repente liberé un recordatorio que me hizo sentir estúpida.

—¡Ay, lo siento! —me tapé la boca—. No recordaba que aún no conoces tantas palabras. Perdóname...

Rió un poco por mi reacción.

—Don't worry. Me gustaría entender más, de todos modos.

—Por eso no te preocupes—la tranquilicé—. Sabes que te ayudaré en todo lo que pueda.

—No quiero que tú tomes tantas molestias, Audrey.

—¿Bromeas? —resalté —. Si no fuera por ti, esto sería el triple, no, el cuádruple de peor. No hace falta que hablemos con normalidad, con tu compañía es más que suficiente.

Subió la comisura del labio por haberlo entendido.

—Oye... —prosiguió volviendo a bajarla—. Tú... ¿Echas de menos a tus papás?

Por la forma cortada en que me lo preguntó, pude notar que lo hacía mucho más que yo. Era una niña, después de todo.

—Claro —afirmé con toda sinceridad—. Pero sé que están bien, y eso es lo que importa.

—¿Cómo lo sabes?

—Por qué de algún modo, las personas estamos conectadas con la gente que queremos —dije buscando su mirada—. Sé que están bien, porque si no lo estuvieran, yo me sentiría mucho peor. Y mira que han pasado cosas.

Pensé que esto la animaría, pero de lo contrario se entristeció aún más.

—Yo no estoy nada bien —expresó.

No me salió nada más que no fuera darle un cálido abrazo transmitiéndole todo lo que quería decir sin palabras, ella se aferró a mí tal como la primera vez que nos abrazamos en las escaleras del sótano. Nos tumbamos de cara al techo y nos acurrucamos de forma en que estuviéramos unidas, pero también cómodas.

—Todo saldrá bien.

Murmuré.

Con su cuerpo pegado al mío, su respiración se hizo más notoria a la vez que los minutos iban transcurriendo. Así, juntas, compartiendo nuestro espacio, logró conciliar el sueño. Estiré el brazo por el lado contrario para agarrar la linterna y la cerré, haciendo que solo pudiera ver el techo por la luz nocturna que accedía por la ventana. Quizá ya no sentiría los murmullos de Sophie durante la noche o las mesas moviéndose y cayéndose, pero ese silencio... Ese silencio era más ruidoso y molesto que nada más. En ese momento sabía que otra noche larga me estaba esperando; sin mis padres, fuera de casa, y con un vacío desgarrador.

Instituto para siempre ©Where stories live. Discover now